Capítulo 4: ¿Estás bien?

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Entramos al bar, donde ya hay varias personas bailando de forma ridícula a causa del alcohol y los demás beben como si no hubiera mañana. Es un buen lugar para perder el sentido.

Es curiosa la forma que tienen las personas de ahogar sus problemas en alcohol cuando lo único que consiguen es ahogarse ellas mismas, aunque debo admitir que, por un rato, los problemas se olvidan aunque sigan ahí y yo he usado esa técnica muchas veces. A veces es mejor fingir que los problemas no existen y disfrutar.

—¿Necesitas compañía?—Susurra una voz a mi espalda.

Por un momento pienso que puede ser Pablo, que ha desaparecido nada más entrar por cierto, y sonrío, pero no es él. Es un chico rubio y alto, fuerte, de ojos verdes y mirada lasciva. Guapo, la verdad, muy guapo, no me importaría bailar con él un ratito o pasar la noche con él.

¿Qué daño puede hacerme? Quiero relajar tensiones.

No me da tiempo a responder con un cuando alguien se pone entre él y yo, haciendo que mi nariz roce su espalda y aspire el aroma. Su aroma.

—Ya tiene compañía, puedes marcharte.—Su voz melódica me devuelve a la realidad. El chico se marcha sin responder algo fastidiado y Pablo se gira para encararme—. ¿Me marcho dos minutos y ya te tengo que salvar?

Está...¿celoso? Noto su voz algo más grave que tanto me gusta.

Parece enfadado conmigo.

No me gusta lo que ha dicho.

Suelto una risa irónica y su furia aumenta.

—¿Salvarme? Puedo librar mis propias batallas, no necesito un príncipe que me salve, ¿sabes? Además, ¿quién te dice que quiero ser salvada? ¿Y si quería bailar con él? ¿Y si quería besarlo? ¿Y si...?

—Me ha quedado claro.—Dice bufando.

Idiota

—Entonces olvídame y céntrate en lo tuyo, y yo lo haré en lo mío.

Su mirada profundiza en mis ojos marrones, y por un momento dejo de escuchar la música y a la gente y solo le veo a él, pero no dura mucho porque se marcha sin decir palabra con un cabreo evidente, maldiciendo por lo bajo, y le pierdo entre la gente. Mejor, me distrae demasiado su presencia.

—¿Dónde estabas?—Me pregunta Alba.

—Cenando.—Respondo sin darle importancia.

—Ya, pero esa no es toda la historia...

—¿Por qué coño le has dado mi número?—Pregunto sin responder a su pregunta.

—Lo siento, pero me lo pidió y mira, no podía decirle que no a esos ojos marrones.

Te entiendo

—Pues podrías haberlo hecho, me tiene harta.

—Si si... y yo me lo creo.

—Cree lo que quieras, por mi puede irse a donde quiera, pero conmigo no.—Miento.

—¿Y su música?

—Es un regalo del cielo, pero puedo escucharla sin tenerle cerca, ¿no?

—Cierto.

—Tengo que hablar contigo Afri...—Me dice Joaquín, haciendo que Alba le mire con desprecio, sabiendo lo que quiere, y que dos ojos marrones en la multitud me miren fijamente al verme con él, celosos y furiosos conmigo.

Me siento observada por él mientras camino hacia el despacho de mi jefe, pero no le miro.

—Vale, vamos.

Ecos (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora