Capítulo XXXIII (parte dos)

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Dentro de la biblioteca, el ambiente era cálido y acogedor

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Dentro de la biblioteca, el ambiente era cálido y acogedor. Los niños se acomodaron en el suelo alrededor de ambos, ansiosos por la compañía y atención que los adultos les bridaban.

—¿Qué cuento nos vas a leer? —preguntó uno de los niños, dirigiéndose a Levi.

—¿Yo? —cuestionó este con sorpresa —Mikasa fue la de la idea, ella les leerá lo que pidan.

—¿Disculpa? —refutó ella, —si te preguntaron a ti, es porque quieren oírte a ti, ¿no es así chicos?

—¡Sí, señor amargado! ¡Léanos!

—¿Cómo me llamaste, tú pequeño...?

Mikasa rio ligeramente, ocultando su boca con el dorso de la mano.

—Vamos, señor amargado, sé que disfrutas el sonido de tu propia voz, —intervino, haciendo un pequeño puchero, el cual intentaba imitar el rostro de los tres niños que lo veían de manera similar.

Acorralado, Levi suspiró profundamente. —Me lleva la... —pausó al contemplar los atentos pequeños rostros que lo rodeaban, junto con la severa mirada de la mujer de cabello oscuro, quien también lo veía fijamente. —Bien, —dijo, —si la señorita Barbie día de campo lo pide, leeré un cuento.

—I-dio-ta, —gesticuló ella en respuesta, asegurándose de que los niños no la escucharan.

Él, elevando una de las comisuras de su boca, en un gesto engreído, tomó algunos libros y los puso a disposición de los pequeños que veían cada uno de sus movimientos con atención. —Bien, ¿cuál será? —preguntó con poca emoción.

—¡El pollo Pepe! 

—No, ¡lee el monstruo de colores! —fue la solicitud de Enzo, empujando al otro niño fuera del camino.

—¡No! Siempre leen ese, —respondió enfadado Noah, empujándolo de vuelta.

—A ver, a ver, —intervino Levi, —primero se tienen que comportar, —les advirtió, haciendo que ambos frenaran la agresión, —además, ¿qué les he dicho antes? —cuestionó con mirada severa.

—Somos caballeros, —murmuró uno de ellos.

—¿Y?

—Las damas tienen prioridad, —respondió entre dientes el otro.

—¿Entonces?

—¡Escojo primero yo! —canturreó Phoebe. —Este, —pidió, señalando un libro de portada azul en la que sobresalía una estatua dorada de ojos brillantes, junto a una pequeña ave negra.

Levi levantó el libro, leyendo con una mueca el título. —¿Estás segura? —preguntó indeciso a la niña, quien afirmó enfática, pese al disgusto de él; gesto que elevó la curiosidad de Mikasa.

Ella, acercando su mano, giró la portada para leer también de qué se trataba. —¿El príncipe feliz? —cuestionó en voz alta, —irónicamente, es un poco triste, ¿no crees?

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