Capítulo I

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Jörg Ackerman nunca fue una persona en extremo religiosa

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Jörg Ackerman nunca fue una persona en extremo religiosa. Los dogmas sobre la existencia de un Dios todopoderoso que habitaba en las alturas escuchando las peticiones de simples humanos, le parecía una idea demasiado fantástica como para ser verdad. Creía, por otra parte, en que el hacer las cosas de la mejor manera posible, trabajar, ayudar, amar, eran en realidad como los humanos encontraban su propósito en la vida, no con oraciones lanzadas al cielo, esperando por una respuesta que jamás llegaría. Ese era su mantra personal. Sin embargo, cuando el tercer diagnóstico consecutivo corroboró lo que los otros dos ya habían determinado, pero se negaba a aceptar, deseó como nunca antes tener a una deidad para rezarle e implorar por un milagro.

Su declive había iniciado con síntomas un tanto desconcertantes; olvidaba algunas situaciones recientes, varias veces observó desconcertado la calle que conducía al apartamento en el que había vivido los últimos ocho años de su vida, preguntándose a dónde dirigirse para entrar a su hogar. De pronto, sus pies pesaban, limitando su avance y forzándolo a arrastrarlos. Aunque, lo que lo desconcertó aún más y lo hizo buscar con prontitud a un profesional médico que pudiera ayudarle, fueron las alucinaciones visuales, como la figura difusa de su hija, que sabía con seguridad estaba a kilómetros de distancia, especializándose en su Maestría en Dirección de Empresas, y no ahí parada precariamente sobre la mesa de su cocina. O la imagen de lo que aparentaba ser algún tipo de animal de gran tamaño, paseándose por su sala a media tarde. Síntomas que tuvieron sentido al englobarlos y endosarlos a esas pesadillas vívidas que había estado teniendo ya durante tres años. Sueños que tomaba como una señal de parte de su cerebro diciéndole que debía desligarse un poco del trabajo y descansar, cuando en realidad eran una alerta indicándole que algo no se encontraba del todo bien. El neurocirujano barajeó como primeras opciones, unas que no eran nada favorables, nombrándolo como una posible demencia, Parkinson, o hasta Alzheimer. Pero, cuando las resonancias magnéticas, la PET-FDG y la PET con fluorodopa descartaron las primeras dos, conduciendo al mejor equipo de médicos que su dinero pudo pagar a realizar otro sinnúmero de pruebas, incluyendo una exploración neurológica, valoración neuropsicológica y una anamnesis, el resultado fue incluso más devastador.

Fueron meses y meses de terrible incertidumbre y desesperación. El renombrado empresario buscó la ayuda de tres médicos distintos, bastante distinguidos e incluso de países diferentes, para evitar caer en pánico y ser presa de un mal diagnóstico, pero los tres acordaron con lo mismo: Su padecimiento era nada más que la tan temida demencia por cuerpos de Lewy. Una enfermada que, lastimosamente, no cuenta con una cura. Un padecimiento que haría que su cuerpo se desgastara, afectando su mente, sus pensamientos y movimientos, hasta llevarlo a un desgaste que le impediría valerse por sí mismo, llegando a ser, según él, "un remedo del hombre que algún día fue".

La primera imagen que llegó a su mente luego de escuchar el palabrerío enunciado por el tercer y último doctor que visitó, dicho con un tono lleno de condescendencia que lo hizo revolver el estómago, fue la de la mirada gentil de su única hija. Una dulce niña que se aferraba con firmeza a su pierna durante el funeral de su esposa, que luego pasó a convertirse en una estoica mujer a la que le auguraba un futuro brillante, ¿Qué pasaría con ella cuando él ya no pudiera ni siquiera controlar a su propio cerebro? ¿La condenaría a velar por la salud de un viejo que ya había vivido y hecho lo suficiente? No podía. No se lo permitiría. Mikasa debía formar su propia familia, lograr los sueños que siempre deseó y ser feliz. Sin atarla a un padre que eventualmente perdería su privilegio de ser su protector, de velar por su seguridad y bienestar. Ella no quedaría desamparada, a merced de este cruel mundo que la colocaba ahí en el medio, completamente sola, no. Aunque su tiempo de vida fuera escaso, lo ocuparía para dejar todo listo y asegurarla.

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