Capítulo XXIV

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El descanso para Mikasa se extendió por dos días fuera de la oficina, sumado a un fin de semana en el que no recibió contacto alguno de parte de su prometido

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El descanso para Mikasa se extendió por dos días fuera de la oficina, sumado a un fin de semana en el que no recibió contacto alguno de parte de su prometido. No hubo mensajes, llamadas o toques en su puerta que dejaran ver un ínfimo ápice de interés. No era que lo deseara, pero la ausencia dolía. Un dolor que se asentaba en su pecho y punzaba por ratos, como una molesta espina enterrada en algún punto de su piel; incómoda, pero no lo suficiente para dejarse vencer.

Así fue como inició el lunes por la mañana, ataviada por uno de sus ya característicos conjuntos en rosa pastel, stilettos que hacían resonar sus pasos firmes sobre el suelo encerado del edificio y un bolso a juego, que contrastante a todo el atuendo, lucía un poco deteriorado por el paso del tiempo.

Llegó a la oficina un poco más temprano de lo usual, sorprendida al ver el moderno Camaro de Eren estacionado ya dentro del parqueo subterráneo, caminó hacia el elevador asombrándose aún más de ver la figura del joven hombre esperando paciente frente a la puerta de su oficina.

—Eren. —Lo llamó, haciendo que él levantara la vista en su dirección. —¿Qué haces aquí?

—Ah, gracias a Dios viniste hoy. Necesito de tu ayuda. —Clamó él preocupado.

—¿Estás bien? ¿Pasó algo?

Acercándose a ella con apremio, Eren blandió un paquete de hojas frente a su rostro. —¿Puedes revisar esto? Pasé todo el fin de semana trabajando en ese estúpido informe que me pidió Levi, pero no sé si está bien, ¿son estos los datos que quiere? Porque no pretendo mostrarle toda la información, no soy idiota; así que los resumí y...

—¿Me necesitas para esto? —Interrumpió, cambiando su gesto consternado por uno más perplejo.

—Sí. Necesito tu opinión.

Sintiendo cómo su ojo derecho comenzaba a contraerse, Mikasa respiró, inhalando profundamente para que sus pulmones se llenaran del tan necesario oxígeno en ese momento. —O sea que, te comportas como un patán, no me contactas ni intentas disculparte durante días y luego vienes y me pides que revise tu tarea. ¿Qué pasa contigo?

—Quise darte tu espacio, por eso no te busqué. Además, Mikasa, esto es importante. Nuestras discusiones pueden esperar.

—No. No pueden. —Sentenció ella cruzándose de brazos.

—Bien, yo no quiero seguir discutiendo contigo. Venir aquí fue un error. Lamento haberte hecho perder parte de tu precioso tiempo. —Rezongó. —Sólo quería hacerte saber que me interesaba por los asuntos de la oficina y presentar un buen trabajo con tu aprobación. Pero, como siempre, sólo me sigues tratando como es habitual para ti, como si fuera un maldito niño pequeño que no merece tu atención.

Negando, Mikasa lo observó asombrada. —¿Yo te trato así? ¿Qué debo hacer, entonces? ¡¿Callarme y dejar que hagas tus rabietas?!

—¡¿Ves?! ¡Ahí vas otra vez!

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