Capítulo XXXVIII

109 24 14
                                    

—¿Dónde demonios está Mikasa? —exclamó muy molesto Grisha Jaeger mientras trataba de averiguar por todos los medios el paradero de la joven mujer a la que habían visto por última vez, tanto él como todas las personas a las que les había preguntado...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Dónde demonios está Mikasa? —exclamó muy molesto Grisha Jaeger mientras trataba de averiguar por todos los medios el paradero de la joven mujer a la que habían visto por última vez, tanto él como todas las personas a las que les había preguntado, hace poco más de una hora.

—No lo sé y ni siquiera tiene su teléfono con ella; lo dejó en casa, —dijo un angustiado Jörg, quien parecía haber olvidado que él mismo le había entregado el celular en las manos a su hija. —¿Y si le pasó algo?

Grisha lo observó con preocupación, más por él que por la ausencia de Mikasa. La voz de su amigo, quebrada y temerosa, resonaba en su mente como un eco. —Calma, Jörg. Debe estar por ahí. Quizás se retrasó un poco. No te pongas así, no le hará bien a nadie.

—No, Grisha, esto no es normal. Mikasa nunca se retrasa sin avisar. —La voz de Jörg tembló, atrapada entre la desesperación y la angustia. Su mente comenzaba a divagar, luchando contra los estragos de su enfermedad. —¿Y si le ha pasado algo? Creo que lo mejor es que vaya a buscarla.

Grisha suspiró, sintiendo la creciente ansiedad de su amigo. ¿Hasta dónde lo llevaría este temor? La idea de que Jörg dejara todo por salir a buscar a Mikasa le parecía arriesgada. No solo por la propia seguridad de él, quien cada día parecía desvanecerse un poco más, sino por la percepción que los demás tendrían de su ausencia. —Eso no es necesario —dijo, cansado—. Si te vas, ya tendríamos dos ausentes y te necesito aquí. Tienes que pasar a dar tu discurso, ¿recuerdas? —le preguntó, hablándole casi como si se tratara de un niño asustado.

Jörg se pasó la mano por su cabello, ya blanquecino, intentando contener la frustración. —Lo sé, pero no puedo simplemente quedarme aquí sin hacer nada. Mikasa es importante, y si le ha pasado algo, no quiero ser el que se quede de brazos cruzados.

—Entiendo tu preocupación, —respondió Grisha, tratando de infundirle un poco de calma—, pero tenemos un plan. La gente cuenta contigo, y si les fallas ahora, será peor. —dijo, sintiendo una punzada de angustia; la salud mental de Jörg era algo que lo atormentaba en momentos como este. ¿Qué pasaría si la presión lo desbordaba? —Además, tú y yo conocemos perfectamente a Mikasa y cómo actúa cuando está molesta, ¿verdad?

—Tiende a alejarse, —respondió Jörg, su voz apenas un suspiro, mientras su mirada se perdía en algún punto de sus recuerdos. —La casa del árbol... —dijo de pronto. —Es ahí donde se esconde. Ahora vuelvo, iré por ella.

—Jörg, —lo llamó Grisha, colocando una mano firme sobre su hombro—. No estamos en tu antigua propiedad; no hay ninguna casa del árbol. Estamos en un hotel, en un taller de trabajo en equipo, y tú tienes que dar la bienvenida. —Asustado, Grisha podía ver cómo la mente de su amigo luchaba constantemente en una batalla que ya estaba perdida y que sólo podía retrasarse levemente, como una sombra que se erguía a paso lento.

Jörg cerró los ojos brevemente, como si intentara encontrar algo a lo cual aferrarse. —Lo siento, tienes razón, —dijo, pasando ambas manos sobre su cansado rostro. Su voz sonó apagada. El peso de sus palabras se sintió en el aire, una mezcla de resignación y culpa. —A veces siento que mi mente se escapa de mí, —admitió él, la sinceridad en su mirada desnudaba una vulnerabilidad que raramente mostraba. Sus ojos, antes llenos de vida y determinación, ahora parecían vacíos, como si cada día le costara más recordar incluso quién era.

Second ChancesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora