Capítulo III

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Para Eren Jaeger, la vida había sido en extremo fácil

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Para Eren Jaeger, la vida había sido en extremo fácil. Nunca se había preocupado por la economía de su hogar, pues su padre se aseguraba de que contara con todo lo necesario, hasta mucho más. Había sido así durante toda su existencia, incluso cuando se mudó a un apartamento dentro de un costoso edificio, ubicado en una zona de renombre dentro de la ciudad. Las cuentas para él, eran algo que se pagaba de manera automática. Hasta la comida aparecía mágicamente en su puerta, sólo bastaba con que levantara su teléfono celular y, por medio de una aplicación, solicitara lo necesario para llenar sus alacenas con artículos de fácil consumo. Platillos que sólo debían colocarse dentro del microondas para ser engullidos instantáneamente. Y, en los días en los que siquiera esa pequeña acción era demasiado para su fatigado cuerpo, luego de una noche de fiesta, había una buena cantidad de restaurantes proveedores de comida rápida a los cuales llamar. La limpieza estaba a cargo de un servicio que visitaba el lugar recurrentemente durante los momentos que él salía a dar un paseo, convivir con amistades o en las contadas ocasiones que visitaba las oficinas de su padre sólo por el mero hecho de hacer presencia y fingir ojear algún informe o atestiguar alguna de las juntas, aunque en su mente no hubiera más que planes para la siguiente noche de fiesta junto a sus compinches más cercanos.

Sin embargo, toda esa vida de ensueño, se derrumbaba ante sus ojos, al ver cómo su espacio personal era profanado. El cuarto que normalmente utilizaba como sala de juegos, su santuario personal, se encontraba en ese momento bajo el control de hombres en uniforme que habían sido contratados por su progenitor para adecuarlo como la habitación de la mujer que se convertiría eventualmente en su esposa. Misma que viviría con él durante un tiempo bajo la vieja premisa de "conocerse mejor, cohabitando antes del matrimonio". Con la mirada perdida, veía cómo la estancia era vaciada, hasta dejar un cuarto limpio y vacío que ella decoraría a su antojo.

—Cuidado con eso, es de colección. —Reprendió, tomando una de las consolas que iba a ser, en el mejor de los casos, donada a alguna de las tiendas de caridad junto con el otro resto de cosas para las que no encontró un argumento válido que satisficiera a su padre lo suficiente como para permitirle conservarlas, o, en el peor de ellos, lanzada sin consideración a la basura.

—Eren... —Advirtió Grisha, lanzándole una mirada de advertencia.

—¡Es de colección! —Repitió suplicante.

—No tienes espacio para más basura de esa. Ya te dejé conservar suficientes. Esa puedes tirarla, Jacob. —Asintió, indicándole al hombre que tomara el aparato y se deshiciera d él, a regañadientes de su hijo. —Mikasa vendrá mañana. Será mejor que esto quede en perfectas condiciones para recibirla.

—¿Y por qué tiene que ser aquí? ¿No podía yo mudarme a su casa?

—Cuando no está en otra ciudad, formándose en alguna nueva área de interés, ella vive con su padre. Y no creo que tú quisieras compartir techo con tu futuro suegro, ¿o sí?

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