Capítulo IV

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El apartamento era lo que se puede esperar de una vivienda designada a un hombre joven y soltero

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El apartamento era lo que se puede esperar de una vivienda designada a un hombre joven y soltero. Aunque, para Mikasa, los diferentes cuadros decorativos con atractivas mujeres en diminutos bikinis, sentadas en variados autos clásicos, podrían considerarse demasiado; más aún, tomando en cuenta que, sólo en su nueva habitación había cinco diferentes, sin contar a las otras quince que podían encontrarse en el resto de las estancias.

—Es necesaria una remodelación. —Musitó observando a sus alrededores. —Este lugar necesita un toque femenino. —Sentenció, decidida a despojarse de su ropa fina y enfundarse en un traje mucho más mundano, apropiado para la tarea con la que se disponía a iniciar.

Por el momento contaba con dos cajas llenas con algunas de sus pertenencias más útiles; un par de maletas llenas de ropa; un precario futón sobre el que descansaría mientras llegaba su cama de tamaño imperial (si bien eventualmente compartiría el lecho con su futuro esposo, consideraba que dormir juntos por ahora, era adelantarse varios pasos en una relación que era cordial más no íntima). A su inventario se sumaban estanterías que daban la impresión de haber sido vaciadas y limpiadas recientemente, un escritorio pequeño y una silla que se veía moderna, pero incómoda al mismo tiempo.

Llevándose las manos a la cintura y dando un sonoro suspiro, la muchacha puso manos a la obra, avanzando con paso firme hacia los anteriormente mencionados decorativos de la habitación, para desprenderlos uno por uno y apilarlos en una esquina oculta del armario de pared que ahora le pertenecía. —Lo siento chicas, pero, ya tengo suficiente contaminación audiovisual en la calle, recordándome sobre mis complejos corporales. —Dijo, dirigiéndose a los cuadros ahora abandonados boca abajo en un oscuro rincón.

Dos horas después, cuando sus cosas se encontraban finalmente colocadas en los lugares designados, Mikasa asintió convencida —Pese a que, la habitación distaba aún de verse de acuerdo a sus estándares. Los murmullos y carcajadas de los acompañantes de su prometido, que resonaban en el exterior, fueron cediendo también con el paso del tiempo, hasta finalmente desaparecer. Dando un último vistazo a su nuevo dormitorio, decidió salir finalmente, abrazando con fuerza su tableta electrónica y su agenda de papel correspondiente al año en curso, —artículos que eran ya una extensión de su propia persona.

—¿Qué tal todo? ¿Terminaste de instalarte? —Preguntó el muchacho, balanceándose juguetón en la misma silla en dónde ella lo dejó momentos antes, pero en donde ahora se encontraba solo. —Tuve la intención de ir a ayudar, pero pensé que necesitabas espacio para acomodarte. —Agregó sonriéndole con gesto amable. —¿Quieres comer algo? Tengo comida lista para calentar.

—¿Tú cocinaste? —Cuestionó asombrada, mientras pasaba un mechón de cabello detrás de su oreja.

—Oh no, no. Yo ni siquiera sé cómo se enciende la estufa. —Desestimó él rápidamente. —Pero, creo que aún quedaron sobras de la comida china que ordené ayer... o antes de ayer. —Ponderó pensativo, levantándose del asiento.

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