El universo a veces concede segundas oportunidades; para iniciar desde cero, cambiar viejas actitudes, formar una nueva vida, una familia; solucionar errores del pasado o simplemente volver a enamorarse.
Una pacto entre amigos, un matrimonio arregla...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La mañana siguiente inició temprano para la mujer de cabello negro. Trayendo, junto al astro rey, un nuevo inicio; o, al menos, uno menos caótico.
El despertador sonó con estridencia desde las 6 am, instándola a levantarse y salir de la cama hacia la ducha. Plan que quedó descartado al momento de poner un pie en el baño exterior al que debía acceder, mismo que fue utilizado la noche anterior por la horda de invitados que acudieron a, la ahora, infame fiesta. Asqueada, salió nuevamente, enfundada en su bata y abrazando con fuerza sus implementos de limpieza, topándose con el rostro adormitado de Eren quien la saludó con un bostezo desde su habitación.
—Buenos días. —Le dijo él, rascándose con pereza la cabeza. —¿Pasó algo?
—No, sólo quería ducharme, pero el baño está demasiado sucio.
—Oh. —Musitó con pesar, reparando en el problema. —Usa el mío. Llamaré a los del servicio de aseo para que lo arreglen.
—Gracias, pero creo que no será necesario. Prometí ir a comer a casa de mi padre, así que puedo ducharme ahí. Me llevaré algunas cosas. —Respondió, al percatarse del desorden que reinaba en la habitación del muchacho y que alcanzaba a percibirse desde afuera. «Si así está la cama, dudo que el baño esté mejor que éste otro» pensó consternada.
—Está bien. —Aceptó él, dejando que su vista vagara por el resto de la casa, meditando sobre sus siguientes palabras y sobre el plan que había tramado la noche anterior junto a sus compinches. —Oye... sobre lo de ayer... —Comenzó a formular.
—No te preocupes por eso. Fue un accidente. Ya está olvidado y superado. —Afirmó la mujer, desestimando el recuerdo de su ataque de pánico y eventual bochorno.
Luego de encogerse de hombros y sonreírle de una manera que no llegaba a iluminarle los ojos, Mikasa caminó de vuelta a su habitación. Cinco minutos bastaron para enfundarse en un atuendo deportivo, preparar una bolsa con un par de artículos personales y salir encaminada hacia la puerta. Él intentó retomar la conversación, siguiéndola a cada paso; mientras rebuscaba en su bolsa las llaves de su auto; o cuando caminó de puntillas por el pasillo, sorteando envases y latas desperdigados por el suelo; hasta llegar reticente al lavabo para cepillarse con rapidez y sin prestar demasiada atención al olor o, a la dantesca situación que afloraba en el pequeño cuarto.
—En serio siento mucho lo que sucedió. No era mi intención que estuvieras incómoda, sólo quería que te divirtieras y...
—Y se me hace tarde. —Cortó ella. —Te veré después. —Finalizó, abandonando el apartamento.
El muchacho se quedó de pie en medio del recibidor, apretando con fuerza los puños, culpándose y culpando al resto del mundo por su terrible destino. Sabiendo que, al final del día, si no antes, tendría que soportar un largo y exhaustivo sermón de parte de su propio padre. Inmerecido, pensaba con amargura, pues el matrimonio no era ni idea suya, ni mucho menos de su preferencia. De haberle dado opción a elegir, habría optado por ceder todas sus acciones al mejor postor y disfrutar de su herencia, y de su vida, en algún paradisíaco lugar sin que su familia supiera de su ubicación. Volar libre cual ave sin ataduras, cambiando de territorio con el pasar de las estaciones. Sin compromisos, sin responder por sus acciones, sin una esposa con la que no tenía nada en común, más que la obligación de recitar el: "Sí, acepto" frente a la autoridad pertinente. —¿Qué tiene que hacer uno en vida para renacer como un pájaro? —Se preguntó con melancolía antes de patear una lata vacía que rebotó en la pared a su lado.