Capítulo XIII

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Un silencio abrumador los separaba. Bianca golpeaba el asiento copiloto con sus dedos, mientras Abraham se concentraba en la autopista que se abría a sus ojos.

-    Necesito parar. - le dijo él de pronto. Bianca lo miró de inmediato. Esperaba en realidad otro tipo de conversación. Algo mejor y más intenso. Tal vez que hablaran de los dos.

-    ¿Estás bien? - preguntó ella, deduciendo que era lo más inteligente que se le había ocurrido preguntarle. Abraham detuvo el auto, estacionándolo en un garaje cerca a una cafetería en medio de la autopista.

-    Sí, sí... solo estoy cansado. - admitió él, sobándose los ojos. Había manejado tanto que pensó que se desmayaría en medio del camino.

Y volvieron a quedarse callados. Abraham rompió el hielo por segunda vez.

-    ¿Te molesta si nos quedamos a dormir aquí por hoy? - le preguntó. Quiso mirarla, pero sabía que se distraería con sus bonitos labios, sus ojos, su nariz... y todo lo que le gustaba. Apartó la vista hacia el parabrisas. ¿Cómo es que podían estar tan fríos después de a verse dicho que se amaban?

-    No... - negó ella.

-    Vale. - Abraham abrió la puerta del automóvil e intentó salir.

-    ¿Abraham?

-    ¿Mmm? - dijo con una pierna fuera del auto.

-    ¿Te pasa algo conmigo? - le preguntó Bianca. Se miraron de nuevo, por unas exuberantes milésimas de segundo.

-    ¿Por qué lo dices?

-    Nada...

-    Estoy bien. - le afirmó Abraham. Esta vez si logró salir del auto, abrió la parte trasera del auto y sacó la maleta improvisada de Bianca. Ella también bajó del auto. De alguna manera se había cabreado por todo ese jodido berrinche que Abraham estaba haciendo y ni siquiera sabía por qué. Pero si él no quería hablarle, entonces ella tampoco lo haría. Tiró la puerta y se adentró a la cafetería. Abraham siguió sus pasos. Por detrás la vista era mejor aún. Todavía conservaba sus braguitas y sin nada encima. Solo la cazadora de cuero que le cubría hasta los principios del muslo. La miró de espaldas caminar... se moría por adherirse a ella y acariciar ese bonito culo que siempre había tenido y que él... había probado muchas veces. Se río. Bianca se volteó al escucharlo.

-    ¿Se puede saber de que te ríes?

-    ¿No puedo?

-    Primero estás cabreado y ahora te ríes, quién te entiende Abraham Mateo. - Bianca lo ignoró y continuó su camino. Dentro, la cafetería se convirtió en un alboroto. Demasiada testosterona para una sola chica en lencería.

Un silbido se escuchó desde las mesas más lejanas.

-    Oye guapa... - gritaron desde al fondo. - ¿has venido así para mi? - y los demás hombres rieron.

-    Hola preciosa... - un hombre pasó por su lado, susurrándole al oído.

Y pudieron seguir gritando más halagos subidos de tono para ella, si es que no hubieran visto a Abraham detrás de ella. Entró y la cogió de las manos, tal vez bruscamente, apartándola de la mirada de todos esos hombres. Bianca trató de zafarse, pero él aumentó la fuerza en sus brazos.

-    Quería una habitación. - le dijo a la mujer de treinta años que atendía el lugar. Esta sacó una llave de entre sus bolsillos delanteros del traje, la extendió.

-    Son treinta dólares, guapo. - Bianca soltó una risa exagerada al escuchar la voz ronca y masculina de esa mujer. Fue entonces cuando se percató que no tenía culo ni senos. Joder, era un travesti. Abraham se incomodó. Y más por que Bianca se reía de la situación. Sacó de la billetera los treinta dólares que le había pedido.

-    Ahí están. - le entregó.

-    Duerme bien, campeón... - le dijo dándole las llaves mientras le sonreía sutilmente.

Bianca lo miró, aguantándose las carcajadas. Abraham la miró mal, avanzando justo detrás de ella hasta la habitación.

Secuestrada. {HOT} (ADAPTADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora