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Otro día, otra clase, la misma rutina, los mismos rostros relucientes, los moños altos y la postura intacta. Los leotards se ciñen a los cuerpos esbeltos de las bailarinas y una delgada capa de sudor empieza a relucir sobre la piel desnuda.

—Muestra el empeine, más alta la pierna, rota más, ¡vamos!

La voz severa de Gerda rebota en los espejos de todo el salón mientras pasa mirándonos una a una. No importa lo cansada que estés, la energía debe ser la misma de principio a fin.

—¡Y sonrían, que al menos parezca que lo están disfrutando!

Siento una gota de sudor deslizarse por mi espalda, aprieto los labios en un intento por no perder la concentración y debo resistir el impulso de bajar del relevé antes de que Gerda nos haya dado la indicación de descansar.

—No se trata solo de ser buena, una verdadera bailarina debe ser completa —continúa Gerda—; tener belleza, inteligencia, gracia. Debe destacar entre todas las demás —repite aquel discurso recurrente en el que no puede dejar de elogiarse a sí misma—. ¿De qué les sirve tener las piernas altas, si no van a estirar el pie? A mí nunca me costaron esas cosas. En el ballet hay que ser perfeccionistas. Si no trabajan esos detalles, nunca van a destacar, siempre van a ser una bailarina más. Esos detalles son los que te distinguen del montón.

No puedo evitar poner los ojos en blanco mientras espero a que Gerda marque el siguiente ejercicio. Aquel sermón me resulta tan cotidiano como la secuencia de calentamiento en la barra y me pregunto a cuántas generaciones de alumnas se lo habrá repetido. Gerda debe estar por cumplir los sesenta años de edad, aunque debo admitir que no ha perdido el carácter ni la energía.

Gerda, quien es también la directora de la escuela, es de esas mujeres rígidas y autoritarias a las que nadie se atrevería a contradecir. Fue primera bailarina del ballet nacional en su época, además bailó para importantes compañías internacionales y como pertenece a una familia adinerada no le fue difícil fundar su propia escuela, que fue creciendo tanto en alumnado como en prestigio con los años. Aunque, por ser un internado, siempre fue solo de mujeres.

Al terminar la clase, me siento más cansada de lo normal. Llevo solo dos semanas trabajando por las noches y ya siento que la falta de sueño está empezando a afectar mi rendimiento. Por suerte, Germán, mi ahora jefe, insistió en que me tomara una noche libre a la semana sin que aquello influyera en mi paga, y decidí que fuera hoy, ya que, como todos los viernes, habrá tocada en el bar. Sé que no hará falta mi presencia para llenar el lugar.

—¡Liv! —escucho la voz de mi mejor amiga a mis espaldas.

Aminoro el paso mientras camino en dirección a los cambiadores para que pueda alcanzarme. No tarda en hacerlo. Su moño color granate luce perfectamente peinado como es usual aun después de las horas de entrenamiento.

Alexis es de esas chicas que siempre ha tenido todo a su favor, es alta, delgada, con piernas y brazos larguísimos. Tiene el cuerpo perfecto para el ballet, sin mencionar que sus padres tienen el dinero para pagarle la profesión que ella desee si no fuera así.

—Te veo con ojeras últimamente. ¿Has dormido? ¿Estás comiendo bien?

—Cinco comidas al día, a veces seis — le respondo mientras tomo mi maletín y saco de ella una toalla.

Llueven zapatillas y pantys a nuestro alrededor mientras las demás chicas se duchan y visten para dirigirse a sus clases teóricas o a sus habitaciones a descansar. Alexis hace un gesto de desagrado: siempre dice que en lugar de bailarinas parecemos futbolistas.

—Yo no estaría tan segura, tienes cara de no haber dormido en años.

—Gracias —me río y ella me sigue—. Voy a ducharme.

—Espera. No te olvides de que mañana es mi cumpleaños. ¡Por fin seré mayor de edad! —me recuerda emocionada.

—No lo he olvidado, tu regalo está en el clóset, así que espero que no hayas estado espiando —le advierto.

—¡¿Por qué no me dijiste antes?! —reclama, y yo me río al tiempo que niego con la cabeza—. Bueno, a lo que iba, esta noche vamos a salir con todas las chicas al Lima Bar a recibir las doce y tú, como mi mejor amiga, tienes que estar ahí. Sé que no te gustan las fiestas, pero son mis dieciocho... —insiste con ojos de cachorro.

De pronto, siento cómo mi expresión se petrifica.

—No, no puedo —tartamudeo.

—¿Cómo que no puedes? ¿Qué tienes que hacer?

—Dormir. ¿No dijiste que estoy con unas ojeras terribles? Voy a parecer un zombie en una fiesta de Halloween.

—¡Vamos, Liv! Puedes dormir todo el fin de semana, si igual no irás a ninguna parte... —Alexis se da cuenta de su desafortunado comentario—. Lo siento, no quise decir eso, me refería a que no vas a hacer nada. Aunque, si quieres, puedes venir conmigo. Hace tiempo que no vas a casa, mamá ya está comenzando a preguntar por ti.

—No te preocupes, Lex, no quiero incomodar. Es tu cumpleaños.

Toda su familia siempre iba a casa por su cumpleaños y lo último que quería era tener que fingir una sonrisa de oreja a oreja todo el fin de semana.

—No digas tonterías, eres casi de la familia. —Hace una pausa y añade—: ¿Por qué no vas a casa de tus abuelos? Hace mucho que no los ves.

—Prefiero quedarme y así puedo usar el salón para ensayar.

—Ellos te pagan el internado, Liv, deberías al menos hacer en intento de hablar con ellos.

—Me pagan el internado porque no les queda de otra. Pronto cumpliré dieciocho, conseguiré un empleo y ya no necesitaré de su compasión para sobrevivir.

—Liv... —me mira apesadumbrada—. Está bien, no hablemos más del tema. Mejor volvamos a esta noche, he invitado a todas las chicas, incluso a la pesada de Luisiana. ¡Así que tienes que ir!

La miro haciendo un gesto de súplica.

—¡No puedes hacerme esto, Livia!

—Está bien, iré —digo, resignada.

—¡Sabía que lo harías!

Me abraza efusiva y toma su toalla antes de meterse a una de las duchas que ya han sido desocupadas.

...

Alexis ha tirado abajo el clóset que compartimos y nuestras prendas se hallan mezcladas y desparramadas por toda la habitación. Tuve que cambiar mi regalo de lugar, presintiendo lo que se avecinaba, pero ante la insistencia de mi amiga decidí dejar que lo abriera antes de tiempo. No es gran cosa: un brazalete dorado que compré con mi primera quincena. No es fácil comprarle algo a alguien que lo tiene todo, pero, por supuesto, a ella le encantó y decidió usarlo para salir esta noche.

—¿Qué tal este? —me muestra un vestido corto de lentejuelas tornasoladas.

—¿Estás segura de que quieres ir al Lima Bar? No es a la clase de sitios al que tus padres te dejarían ir.

—Por suerte ya soy mayor de edad y no necesito su permiso. Además, es el que está más cerca y a donde van todos los chicos de nuestra edad. Tal vez y hasta te conseguimos novio. Ponte este con una falda tubo —me extiende un top a tiras color rojo bombero.

—¿Y si vamos al cine? —propongo—. Están dando Yo antes de ti.

—No seas aburrida, Liv, cumplo dieciocho, no doce.

Aun así, me resulta una idea mucho más atractiva que verlas embriagarse hasta vomitar o hablar de puras banalidades con un grupo de chicas que no son mis amigas en un antro con música atronadora que no te permite seguir el hilo de una conversación. Me miro al espejo y siento que me veo aún más vulgar que con el top y short básicos que utilizo para dar los shows por las noches. Entonces recuerdo a las chicas del baño, que por suerte no se han vuelto a cruzar en mi camino. Ni aunque me esforzara luciría tan vulgar como ellas.

—Me pondré unos jeans —decido finalmente al tiempo que Alexis se decide por un microvestido azulino con escote en la espalda.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora