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Había pasado años forjando una armadura que resultara impenetrable y dentro de ella no guardaba a nadie, no existían afectos ni pérdidas. Pero ni la fachada más dura ni el alma más oscura habían sido capaces de evitar que vieran dentro de mí. Liv se metió bajo mi coraza y desintoxicó mi alma, me hizo vulnerable. Me devolvió a ese niño de doce años que sabía sentir y sufrir. Y luego, cuando ya no quedaba nada con qué protegerme, me recordó lo que era sentir dolor y miedo.

Pero ya no quería pensar en Liv. Sabía que alejarme de ella nos ahorraría mucho sufrimiento a ambos. ¿Qué sentido tenía seguir juntos si solo nos hacíamos daño? Yo la había herido a ella tantas veces con mi estilo de vida, con mi forma de ser. Y por más que su sola presencia me había hecho querer ser una mejor persona, era ahora ella quién me lastimaba a mí haciéndose daño a sí misma. Pero no podía culparla, estaba en nuestra naturaleza el ser autodestructivos y era solo cuestión de tiempo para que uno de los dos arrastrara al otro a su propio abismo.

—Eh... Roger, ¿puedo hablar contigo un segundo? —mi tío está cubierto de tierra y aceite para autos.

—Sí, claro —lanza la llave inglesa en su caja de herramienta y toma una hoja de papel periódico del montón que tiene acumulado sobre una mesa en una esquina del taller para limpiarse la grasa de las manos.

Nos dirigimos a la pequeña oficina pre–fabricada que él mismo ha construido y toma asiento en su escritorio atiborrado de cosas. Hay archivadores acumulados por todos lados y un monitor de computadora tan sucio y maltratado que a cualquiera le sorprendería comprobar que aún enciende.

—¿No piensas quitarlas ahora que tienes novia? —señalo con la cabeza los posters con mujeres voluptuosas y en poca ropa que decoran las paredes de drywall.

—No creo que Sonia venga alguna vez por acá —estábamos de acuerdo en eso, esa mujer daba la apariencia de usar tacones altos hasta para ir al mercado—. ¿De qué me quieres hablar?

—Bueno, yo... ya sé que Gastón no es mi padre —suelto de golpe.

—¿Ya lo sabes? —sé que mi tío no se esperaba aquella confesión, por lo tanto no tiene un sermón preparado para la ocasión. Y por su rostro atónito puedo deducir que no esperaba tener que lidiar nunca con esta situación.

—No tienes que explicarme nada —me precipito—. Él mismo fue quién me lo dijo y me explicó cómo sucedieron las cosas.

—Maldito desgraciado —lo oigo susurrar.

—Hace poco fui a solicitar información sobre mi donante y me dijeron que era confidencial, es decir que no tengo derecho a saber quién es mi verdadero padre.

—Nik, yo... no sé qué decirte. No creo que sea buena idea que intentes buscar a ese hombre, él ni siquiera sabe de ti. No es alguien que haya querido tener un hijo. Podrías salir herido.

—No pretendo tener una relación con él.

—¿Entonces por qué el interés en saber quién es?

—Solo quiero saber de dónde vengo. Necesito saberlo. La enfermera que me atendió me dio la tarjeta de una trabajadora social y no me había atrevido a llamar hasta esta mañana.

—¿Y? ¿Qué te dijo?

—Que analizaría mi caso y que con suerte podría tener acceso a la información que maneja el hospital sobre mi donante. Y tal vez así consiga contactarme con él.

—Wow —Roger no sale de su asombro y no es para menos—. Quiero que sepas que tú madre pensaba decírtelo cuando fueras lo suficientemente maduro para comprenderlo, pero... ambos sabemos que el tiempo le ganó. Si yo nunca te lo dije fue porque supuse que no merecía la pena. Gastón nunca fue un padre ejemplar, nunca fue nada ejemplar, pero pensé que era mejor que siguieras creyendo que él era tu padre, porque finalmente llevas su apellido. O quizás... solo tuve miedo de decirte la verdad. No sabía cómo ibas a reaccionar, pero debo decir que me sorprende la madurez con la que estás manejando todo.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora