Estoy de pie en mitad del escenario, llevo puesto mi uniforme de la escuela, ya terminó el concurso. Las luces blancas se encienden y debo cubrirme los ojos con una mano para protegerme del brillo. Hay gente en el auditorio, está ocupada hasta la última butaca, pero aquel destello cegador no me permite definir los rostros que me observan. «Y el premio a mejor bailarina de la competencia va para... Livia Besich». Una voz gruesa y masculina, que no corresponde a la mujer que anunciaba los premios en la última gala, retumba en todo el auditorio. Giro mi cabeza para ver quién ocupa el estrado, pero este está vacío. Cuando vuelvo mi vista al frente ya no hay ninguna luz resplandeciente.
El rostro de Alexis cubierto de lágrimas salta a la vista y alcanzo a ver cómo sale corriendo por una de las puertas de entrada a la enorme sala. Quiero correr tras ella, pero Gerda me detiene. Lleva entre sus manos una especie de trofeo que lleva inscrito «Bailarín destacado» y me lo entrega con una sonrisa de orgullo en el rostro. El público se rompe en aplausos. Buscó a Alexis con la mirada, pero ha desaparecido tras el vaivén de la doble puerta forrada en terciopelo rojo. Mía corre tras ella, no sin antes dirigirme una mirada cargada de desprecio y decepción. «Déjala. Es lo que tu madre hubiera querido». Cuando vuelvo mi vista a Gerda, esta se ha transformado en mi abuela.
Corro escaleras abajo y me precipito por los largos pasadizos entre las butacas. Todos voltean a verme sorprendidos por mi reacción, algunos incluso con desaprobación. Luisiana también está en el público y se ríe de mí. Necesito alcanzar esa puerta, no soporto sus miradas sobre mí, pero las piernas me pesan, por más que quiero no avanzó y el camino se hace cada vez más largo. Empiezo a angustiarme. «Liv, no puedes abandonar tus sueños», la voz de mi abuela se escucha a través del altavoz. Corro con pies de plomo hasta que por fin consigo despertarme.
Estoy sobre mi cama, puedo verlo todo a mí alrededor, en calma. Aún es de noche, la habitación sigue oscura y entonces me doy cuenta de que mi cuerpo no responde. No puedo moverme. Intento con todas mis fuerzas despegar mi brazo de las sábanas, pero no reacciona. El pánico me invade, la impotencia. Quiero gritar para llamar a Alexis, pero es inútil. De pronto, algo cae sobre mi cuerpo, una persona. Mi pulso se dispara y siento como alguien me toma por ambos brazos con tanta fuerza que me hace daño. Entonces veo su rostro. Es Robin.
Un samaqueo lleno de efusividad me devuelve a la realidad y el brillo que se filtra a través de la ventana me deslumbra cuando intento abrir los ojos. Aún siento la presión palpitante en mis brazos y mi corazón desbocado. Estaba soñando.
—¡Liv! ¡Despierta!
—Ya —me quejo alargando la palabra—. Estoy despierta.
Una extraña sensación de alivio me invade al descubrirlo. Alexis me interrumpe con sus gritos y en cuestión de segundos todo desaparece incluso de mi recuerdo. Hoy es el segundo día de concurso y en la noche la segunda ceremonia de premiación, a la cual estábamos obligadas a asistir, ya que se otorgarán varios premios especiales, tales como «Mejor bailarín de la competencia», «Mejor maestro», «Mejor coreografía» y «Mejor escuela». Por supuesto, Gerda espera recibir algún reconocimiento tal como ocurrió el año anterior.
—¡Adriano ganó! Lástima que no podamos ir a la premiación, pero me dijo que pasaría a recogernos para celebrar en la noche —aplaude entusiasmada. Sus palabras traen de pronto a mi mente, como un flash, imágenes del sueño que acabo de tener.
La luz de la luna a través de la ranura de la cortina baña la medalla sobre mi mesa de noche, que yace junto a mi diploma. Su mirada me asedia. Me levanto de la cama perezosa y la voz de Alexis me sigue por el pasadizo hasta el baño.
—Ayer desapareciste, tus abuelos no se pudieron quedar mucho tiempo.
—Estaba cansada.
—Están orgullosos de ti, Liv
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DESADAPTADOS
RomanceLos tatuajes eran su armadura, algo que había construido por años para protegerse, pero había uno en particular que desentonaba con su apariencia ruda. Tenía la forma de una flor, pero se camuflaba en blanco y negro en aquel océano de tinta que nave...