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Había sentido tanto miedo de perderla, de volver a sentir ese dolor tan intenso, tan insoportable, que había preferido apresurar un final que parecía inevitable. Pero ahora no conseguía sacarla de mi cabeza, ya no había sexo ni adrenalina que la apartaran de mi mente. Me había arrancado la coraza y la había arrojado al mar, lejos de mi alcance, para que se consuma como roca en agua salada. Y ahora, necesitaba recuperarla.

—¿Alguien está organizando un picnic? —habla al tiempo que desvía la mirada.

Su respiración la delata, su voz temblorosa, sus manos inquietas. No es capaz de disimular su nerviosismo, de manejar la proximidad. La tengo tan cerca que debo resistir la tentación de besarla, de acabar con los escasos centímetros que nos separan.

—Pensé que una cena a la luz de los reflectores sería algo más romántico —bromeo.

—¿Así que no solo sabes invadir escuelas? —me encojo de hombros.

—Hay muchas cosas de mí que aún no sabes.

Su rostro se contrae en una nueva sonrisa, aquella sonrisa sincera que hace mucho no veía. Y esta vez no aparta la mirada. Sin embargo, no puedo evitar verla demacrada. Su rostro lavado, sin rastro de maquillaje, luce demasiado delgado, como si sus cachetes se hubieran convertido en dos hendiduras y el contorno de sus ojos se hubiera oscurecido hasta darle un aspecto sombrío. No puedo más que fingir una sonrisa al ver como la suya parece ya no encajar en su reducido y deformado rostro. O, tal vez, es que aquella sonrisa es lo único que consigo reconocer en ella. Y, más bien, aquel rostro delgado que hace resaltar sus pómulos, aún bajo la tenue luz que nos alumbra, y las aureolas violáceas alrededor de sus ojos hundidos, son los que han llegado a ocupar un lugar que no les corresponde.

—¿Qué te pasa? —su rostro ha recobrado la seriedad, ahora luce... preocupada.

—Nada, solo lamento no haber estado —lamentaba no haber estado ahí para impedirlo.

—Estás ahora —intenta confortarme con otra sonrisa, esta vez menos invasiva. Pero contrario a lo que pretende, solo consigue producirme un nuevo escalofrío.

Debo apartar aquellos pensamientos de mi mente y enfocarme solo en ella. Aquí y ahora.

—¿Crees que puedas perdonarme? —mis ojos contemplan lo que queda de ella.

Liv toma mi rostro entre sus manos con un movimiento brusco y me agarra por sorpresa cuando captura mi boca. Yo le correspondo de manera instintiva, sin siquiera pensarlo. Ella me besa, me besa con desesperación, casi con necesidad. Mis manos vuelan a su cintura y se escabullen bajo su blusa para tocar su piel, para sentirla nuevamente. Poco a poco, en medio de aquel beso, deslizo mis manos hasta su cadera y finalmente hasta rozar la parte baja de su vientre. Ella se detiene y vuelve a mirarme a los ojos, esta vez con miedo y deseo.

—¿Quieres que siga? —le pregunto y ella asiente. Solo eso, antes de volver a besarme.

Mi mano se escabulle bajo su delgado pantalón de pijama y ella se abraza a mi cuerpo, se aferra a mí con fuerza y gime en mi oído mientras la acaricio con mis dedos. Yo también la necesito, yo también la deseo. Más que nunca. Retrocedo con ella aún abrazada a mi cuerpo, respirando agitadamente contra mi cuello, y la recuesto con delicadeza sobre la manta que he extendido en mitad del escenario. Sus ojos grandes se clavan en los míos y no hace falta más que eso para que me la ponga dura, pero quiero ir despacio con ella, quiero demostrarle cuanto me importa.

—Dime si quieres que me detenga.

—No quiero que te detengas —habla con voz suave y ronca.

Vuelvo a besarla, a besar su rostro, sus labios, a besar su cuello. Me deshago de mi camiseta y la lanzo a un lado antes de tomar la suya y subirla por su cabeza hasta dejar la mitad de su cuerpo al descubierto.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora