Siempre pensé que había tenido la peor de las suertes con el padre que me tocó y, cuando accedí a la idea de contactarme con él, no tenía grandes expectativas de lo que fuera a resultar de ese encuentro, solo quería una explicación, solo eso. Incluso me había hecho a la idea de que lo más probable era que ni siquiera quisiera verme o hablar conmigo, ya que jamás mostró interés en mí, ni siquiera cuando era un niño.
Lo que jamás esperé fue enterarme de lo que me enteré, enterarme de que había vivido engañado toda mi vida, que había pensado siempre que mi padre era un desgraciado y que no solo portaba el apellido sino también los genes de esa persona que no podía concebir como mi progenitor. Y, sin embargo, la historia era otra, una completamente distinta y la falta de escrúpulos de este hombre se veía justificada en el simple hecho de que no existía un vínculo real entre nosotros, ni de afecto, ni de sangre. No había nada que lo atara a mí. ¿Pero qué concepto podía tener ahora de la persona a la que siempre llamé «papá»? ¿O de mi madre? ¿Por qué dejó que sufriera pensando que mi propio padre me había rechazado? ¿Y acaso tenía un padre en algún lugar que en realidad si me había abandonado o si quiera sabía él que yo existía? No eran preguntas que pudiera formularle de la puta nada a mi tío, ni siquiera sabía que tan al tanto estaba él de mi historia y no tenía el valor de admitir en su cara que había buscado al hombre que condenó sin ningún remordimiento mi vida y la de mi madre.
Nunca me había visto en la necesidad de contener tanto aquel remolino emocional que luchaba por salir a la superficie y arrasar con todo a su paso como aquella noche con Liv. Pero pude ocultar mi dolor frente a ella en ese momento y pude ocultarlo también de mi tío: él no se merecía esto. Cuando llegué a mi casa, no me extrañó encontrarla sola y entonces no tuve más la necesidad de aplacar mis impulsos, me encerré en mi cuarto y destrocé todo a mi paso, desahogué tanta impotencia, toda la ira reprimida en mi cuerpo a punto de explotar, grité y lloré. No pude frenar las lágrimas que se deslizaron por mi rostro cargadas de rabia y frustración, estaba molesto conmigo mismo, estaba molesto con ese hombre que creí mi padre, que quise como mi padre y que odié por su rechazo. Estaba decepcionado de mi mamá, estaba molesto con ella por haberme dejado también, por no haberme dicho la verdad y por no estar aquí ahora para decírmela, cuando la necesitaba más que nunca.
Entonces me di cuenta de que debía hacerle caso a Liv, tenía que hablar por última vez con ese hombre y debía hacerlo por mí. Se trataba de darme la oportunidad a mí, no a él. Me atreví a llamarlo, el número continuaba en mi registro de llamadas y él mismo me había pedido que lo buscara para poder hablar. Lamentablemente era la única persona a la que podía recurrir para, por fin, dejar de caminar a ciegas en mi propia historia.
A las nueve de la mañana voy a parar a una cafetería de fachada ostentosa cerca de la compañía de mi «padre». Me citó en aquel lugar luego de derivarme con su estúpida secretaria, porque probablemente es de esos tipos que necesitan que les den permiso hasta para mear, y estuve tan ansioso por la conversación que ni siquiera pude dormir bien la noche anterior. Llego quince minutos antes de la hora y me siento en una mesa en la parte de la terraza, la más alejada que encuentro. Mi aspecto parece espantar a los meseros, que me vigilan con mirada sospechosa.
A los pocos minutos, lo veo llegar, enfundado en su caro terno plomizo que hace juego con su pelo cano.
—Nik —me saluda en cuanto me ve, como si se tratara de un encuentro casual con un colega al cual ve a diario.
—Hola —respondo parco.
—¿Estás bien aquí? ¿No quieres buscar una mesa adentro?
—Estoy bien.
Gastón toma asiento delante de mí. Un mozo se acerca a tomar el pedido y él mira la carta por una milésima de segundo antes de hablar.
—No sé si tomar un cappuccino o un cortado —habla para sí mismo—. ¿El cappuccino viene con crema?
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DESADAPTADOS
RomanceLos tatuajes eran su armadura, algo que había construido por años para protegerse, pero había uno en particular que desentonaba con su apariencia ruda. Tenía la forma de una flor, pero se camuflaba en blanco y negro en aquel océano de tinta que nave...