Nos detenemos en un angosto pasaje que conecta un solitario parque con una calle semejante. Mi respiración se corta al mismo tiempo que el aire sofoca el ruido del motor y mi corazón golpea con tanta fuerza que lo siento atorado en la base de mi garganta. Camino, por detrás de los cuatro chicos, hasta llegar a un enorme portón levadizo a menos de dos cuadras de aquel punto. Pasamos al lado de una caseta de vigilancia, en cuyo interior un hombre duerme plácidamente, con la radio encendida a bajo volumen y en una incómoda posición sobre su silla. Intento advertirle a Nik, pero él insiste en que todo está bajo control. Logan o alguien más se había encargado de la situación. Solo habían hecho falta una cerveza y un par de ansiolíticos que había tomado de la mesa de noche de su madre.
Habían observado aquella casa por semanas o meses, esperando el momento indicado en el que se quedara sola. Se trata de una calle tranquila y poco transitada, en una zona privilegiada de la ciudad. No se escucha ningún ruido proveniente de las casas colindantes y muchas de las luces a través de las ventanas ya se hallan apagadas.
—¿Qué haré yo? —pregunto. Había fingido valentía para llegar hasta acá, pero realmente no me sentía capaz de entrar a esa casa y asaltarla de la mano de una pandilla de delincuentes.
—Quédate acá, serás campana. Nadie va a sospechar de ti, tranquila. No tienes pinta de maleante. Por regla no permanecemos más de quince minutos en un lugar, pero esta vez no hay peligro... siempre y cuando no llamemos la atención de los vecinos, así que nada de ruidos. Ten esto —rápidamente Nik saca un arma de su pantalón, que se halla cubierta por su chaqueta de cuero, para introducirla bajo mi ropa. Mis ojos amenazan con salirse de sus órbitas y todo mi cuerpo se petrifica. Pese al esfuerzo no consigo emitir más que un inútil balbuceo.
Nik me susurra las palabras, pero por poco el golpeteo acelerado de mis palpitaciones no me permite oír su voz. Su voz pausada no logra calmar mis nervios, pero por alguna razón escucharlo, al tiempo que mis ojos oscuros se conectan con los suyos, me da cierta seguridad.
—Si ves algo sospechoso y no tienes tiempo de avisar, quiero que te vayas. Si me encontraran con un arma, sería mucho peor —continúa.
—No me voy a ir sin ti.
—Claro que lo vas a hacer —repite implacable.
Uno de los chicos abre la puerta desde el interior luego de haber trepado el muro alto que separa la calle de la cochera de la casa con ayuda de otro y haber manipulado la cerradura desde adentro. El cerco eléctrico no funciona y al parecer Logan ya lo sabía, aun así este no dejó de soltar maldiciones y amenazas cuando le ordenó hacer el trabajo sucio. Nik no voltea a mirarme antes de entrar en la casa y dejarme sola en mitad de la calle en penumbras, cuyo silencio resulta particularmente perturbador.
A pesar de que no veo gente en los alrededores, temo llamar la atención si es que aparece un transeúnte o si a algún vecino se le ocurre mirar por la ventana, así que empiezo a caminar con el propósito también de apaciguar mis ansias. Tomo mi celular para comunicarme con Alexis, ni siquiera le avisé que me iba, pero cuando lo saco del bolsillo lateral de mi chaqueta me doy cuenta de que casi estoy sin batería. Empiezo a darles vueltas en mi cabeza a todas las posibilidades.
¿Cuál es la probabilidad de que algo malo pase? De que cometan algún error y los atrapen, de que Nik se vea envuelto en un problema legal serio y que yo me vea envuelta con él en este. Y si todo resulta bien, ¿no es lo más probable que esto se repita y se repita hasta que, en algún momento, las cosas acaben mal? No quiero que eso pase, pero aun si no pasa nada, ¿acaso ya no está mal? Por primera vez caigo en la cuenta de que estoy siendo cómplice de un crimen en este preciso momento, tal como lo he sido en el robo de mi escuela al decidir no delatarlos.
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DESADAPTADOS
RomanceLos tatuajes eran su armadura, algo que había construido por años para protegerse, pero había uno en particular que desentonaba con su apariencia ruda. Tenía la forma de una flor, pero se camuflaba en blanco y negro en aquel océano de tinta que nave...