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Los gritos desaforados de mi mejor amiga me traen de vuelta.

—¡Liv, please, reacciona! —quiero decirle que se calme, que estoy bien, pero mi cuerpo no responde. Todo se oye lejano, como dentro de un sueño.

Mi cuerpo se sacude con cada escalofrío que recorre mi columna vertebral, mis pulsaciones están fuera de ritmo, no puedo ver ni decir nada y el miedo comienza a invadirme.

—¡Renny, haz algo!

—No... no sé qué hacer.

—¡Llama a una ambulancia! ¡Haz algo! —mi amiga hace una pausa—. Pásame mi celular, voy a llamar a Sonia —dice como si hubiera tomado la decisión de repente.

No. No la llames. Lex, no lo hagas —por más que lo intento, las palabras no salen de mi boca.

—Está delirando —oigo decir a Alexis antes de que su cuerpo se aleje del mío. Tan pronto se separa de mi lado, siento una corriente helada impactar contra mi piel desnuda.

—¿Por qué gritan tan...? ¡Liv!

Nik. Sus manos me toman por asalto para protegerme de frío.

—¡¿Qué le pasó?!

—Ya viene en camino —anuncia Alexis.

—¿Quién viene? ¿De qué hablas? —suena alterado.

—Llamé a Sonia para decirle que Liv se había puesto mal.

—¿Estás loca? —alza la voz—. ¿Cómo se te ocurre hacer algo así?

—¿Y qué querías que hiciera? ¡Mírala!

¡Cállense! Dejen de pelear, por favor. Las voces se distorsionan y se multiplican en mi cabeza, y no consiguen más que aturdirme.

—¡Hey, tranquilos! Así no vamos a poder ayudarla. Nik, ¿qué le dieron ahí adentro?

—Nada. Solo bebió alcohol como todos. Está caliente —las últimas palabras salen como un suspiro.

¿Caliente? Pero si tengo frío.

—Esto no luce como una borrachera normal —habla Renny. Oigo los sollozos de mi mejor amiga, como si estuviera llorando debajo de su almohada.

—¡Entra y pregunta si alguien puso algo en su bebida!

No, no te vayas. No me dejes.

—¿Quién haría algo así? —grita Nik.

—¡No lo sé! ¡Son tus amigos, no los míos!

—Amor, ¿no habrá estado tomando algún medicamento?

—Yo... —la voz de mi amiga se corta, como si de pronto hubiera caído en la cuenta—. Estuvo tomando unas pastillas para bajar de peso —sus palabras resultan casi inaudibles.

—¿Sabías que estaba tomando pastillas y aun así la dejaste beber? —Nik no se esfuerza por contener la rabia.

—¡Me dijo que las había dejado!

—¡Hey, basta! ¿Qué pastillas estaba tomando? —pregunta el moreno acelerado.

—Anfetaminas.

—Dios, esto está mal —puedo imaginar a Renny frotándose la sien en este preciso momento—. Hay que llevarla con un médico, ¡ya!

—¡El auto de tus viejos!

Nik me levanta en vilo, casi como si no pesara. Siento perfectamente el cambio de temperatura cuando volvemos a entrar a la sala, el aire pesado y caliente, el olor a humo de tabaco y marihuana, y el alcohol impregnado en cada uno de los cuerpos. Los murmullos se alzan a nuestro alrededor, pero Nik no se detiene y pronto estos se ven amortiguados por la distancia. Siento mi cuerpo caer sobre la superficie acolchada del asiento trasero del auto.

—¿Y qué hago con Sonia?

—Llámala y dile que nos alcance en el hospital.

—¡Está temblando! Pásame una manta para cubrirla —algo pesado cae sobre mi cuerpo, pero me reconforta—. Tranquila, vas a estar bien —su voz se escucha lejana, como si un muro de concreto nos separara, pero soy perfectamente capaz se sentir su aliento cálido a escasos centímetros de mi piel.

Aún más lejana se oye la voz de mi mejor amiga, mientras intenta explicarle a Sonia lo que ocurre antes de subirse a la parte trasera del auto conmigo y que este se ponga en movimiento.

—Dijo que debía avisarle a sus abuelos —habla por lo bajo. Escucho resoplar a Nik en respuesta, pero esta vez no se opone.

No, a mis abuelos no. ¿Qué tienen que ver ellos en todo esto? No quiero que vayan, no quiero que me vean así. Por favor, no.

Un pensamiento me ataca de repente. Si Gerda se entera lo de las anfetaminas me descalificarán del concurso y todo el esfuerzo habrá sido en vano. ¡No pueden decírselo! ¡No! Prometiste que no se lo dirías a nadie, Lex. Lo prometiste.

El tiempo transcurre ambiguo dentro del auto en mi estado de semi conciencia. Pronto dejo de sentir frío, pero mi cuerpo continúa tiritando como si así fuera y mi palpitación irregular no me permite concentrarme en descansar. Las punzadas de dolor siguen llegando con furia en mitad de mi rostro, debo haberme roto la nariz. No quiero si quiera pensar en cómo me veré mañana. Nadie vuelve a pronunciar palabra al interior del auto lo que resta del trayecto o es que tal vez por fin consigo quedarme dormida. 

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora