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Nunca antes había sentido tanto miedo y es que nunca antes había tenido algo que perder. El cuerpo inerte de Liv yacía en el asiento trasero del auto cubierto por una gruesa manta que la protegía del frío. No había dejado de temblar y respiraba con dificultad. Por más que intentara hablar con ella, no conseguía más que balbucear algunas palabras inconexas, pero sabía que podía escucharme y quería que esté tranquila. No quería que sintiera miedo, pese a que yo estaba aterrorizado.

Cuando Alexis había pronunciado aquella palabra, había sentido helar mi sangre y mi mente había recobrado lucidez de golpe. ¿Anfetaminas? ¿Cómo era posible que Liv, la chica más inteligente y buena que había conocido en mi vida, hubiera hecho algo así? Se hubiera hecho algo así. No quería siquiera pensarlo, quería que Alexis estuviera equivocada. ¿Por qué lo haría? No tenía sentido, ella no era estúpida como para hacerse daño a sí misma de esa manera y por esa absurda obsesión de perder peso. No después de todo lo que habíamos hablado, no después de lo que sufrió con la adicción de su madre y de lo que sabe que yo sufrí con la mía.

Cuando llegamos al hospital y la saco del auto en brazos ya no reacciona, Alexis y Renny piden ayuda y pronto me la han arrebatado para internarla en aquel edificio de pasadizos de paredes blancas y luces fluorescentes. Trato de explicarle a la enfermera entre palabras que se atropellan en mi boca lo que ha pasado mientras la sigo de cerca, cuando, de pronto, alguien me detiene.

—¿A dónde se la llevan? —pregunto desesperado.

—¿Es usted un familiar?

—Soy... soy su novio.

—Se la están llevando para revisarla. Lo mantendremos informado —pronuncia antes de desparecer también por el pasillo que lleva tatuado en la entrada la palabra «Emergencia» en un rojo vivo.

No me había dado cuenta de que estaba llorando hasta que mi amigo me abraza y me dice que todo va a estar bien. Pero nada va a estarlo. Soy un imbécil por haber dejado que esto pasara. Pensé que Liv confiaba en mí, que nos lo contábamos todo. Jamás me imaginé que ella me escondería algo así. ¿Sería adicta a las anfetaminas? ¿Lo habría heredado de su madre? Tal vez había sido ella la que la metió en todo esto por no estar a su lado cuando más la necesitó y porque, al igual que yo, la predisposición a volverse dependiente corría en sus malditas venas.

—Sonia —escucho decir a Alexis, cuando deshago el abrazo en el que me hallo sumergido. Sus tacones resuenan contra los cerámicos del suelo y pocos pasos detrás suyo veo aparecer a quién menos esperaba.

—¿Qué haces tú aquí?

—¿Qué pasó con Liv? —me pregunta mi tío cuando me alcanza.

—No... no lo sé —digo sinceramente.

—¿No le habrás dado algo? —puedo notar el recelo y la preocupación en sus ojos. Sé que tiene motivos para desconfiar de mí, sin embargo, solo consigue enfurecerme.

—¡No! ¿Cómo se te ocurre que haría algo así?

—Está bien, tranquilo. Ella va a estar bien —me rodea con sus brazos consolándome como si aún fuera un niño y juro que no había vuelto a hacerlo desde el día en que perdí a mi madre en este mismo hospital.

—¿Dónde se llevaron a Liv? —pregunta Sonia afligida por la noticia.

—La están revisando —interviene Alexis, quién también está muy afectada. Su rostro esta enrojecido después de pasar todo el camino hasta acá llorando y Renny no ha dejado de abrazarla un solo segundo—. ¿Gerda lo sabe?

—Por supuesto que lo sabe, y sus abuelos también lo saben. Están en camino ahora mismo, pero tardarán por lo menos una hora más en llegar —la pelirroja se cubre la boca con una mano en un intento por sofocar sus sollozos, pero no lo logra.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora