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Todo al interior de mi mente no es más que un mar de recuerdos bañados por la neblina, aquella neblina que bailaba entre las montañas la primera vez que Nik me subió en su moto y me llevó a pasear por la costa, por debajo del malecón. El mismo malecón desde el que vimos el atardecer tantas veces, las mismas montañas y el mismo mar impasible. Al nivel del océano la neblina era densa y blanquecina, y todo a lo lejos se tornaba borroso, confuso. Pero eso lo hacía más hermoso, porque entonces nada nos tocaba. Nada podía alcanzarnos.

Recordaba de una manera muy lejana lo ocurrido la noche anterior, como si acabara de despertarme de un mal sueño, pero los cardenales en mi cuerpo no me permitían creer eso. Creer que había sido todo una pesadilla. Tan pronto abro los ojos siento unas ganas casi incontenibles de llorar, pero no quiero hacerlo. Todo mi dolor emocional era ahora físico también, pero temía que si me echaba a llorar no me detendría jamás. Los oídos me zumban y el pitido al interior de mi tímpano, como si algo estuviera muriendo dentro de mí, son un recuerdo constante de la noche anterior.

Sentía desprecio por la persona que me había hecho esto, que me había convertido en un despojo humano, inservible y sin vida. Así era como me sentía. Físicamente estaba viva, pero por dentro pensaba que no era posible tolerar tanto sufrimiento. Kara había estado ahí, ella lo había visto todo, lo recordaba. Me había visto expuesta, vulnerable. No quería pensar que ella hubiera formado parte de todo esto, pero tampoco podía apartar de mi mente las palabras de Robin. De mi agresor. «¿Qué acaso no era esto lo que querías? ¿Qué la sacara de tu camino?».

Con la angustia viva en mi pecho como una tormenta helada, me libero de las únicas prendas que cubren mi cuerpo y que no recuerdo haberme puesto para poder inspeccionarlo en busca de algún rastro de la noche que acaba de pasar. Algo que evidenciara lo que Robin me había hecho, algo que me ayudara a recordar lo que había ocurrido. Pero por más que trataba, no recordaba nada y sentía pavor ante la incertidumbre de lo que podía haber pasado mientras mi mente estaba ausente. Mis manos titubean cuando me deshago de mis shorts de pijama para comprobar que no hay rastros de sangre o moretones entre mis piernas. Por fin el alivio me inunda para apaciguar el mayor de mis temores.

Me miro desnuda en el espejo y rozo con la yema de mis dedos los moretones que cubren la piel de mi cuello. Al contacto con mi piel lastimada, vuelvo a sentir la mano firme de Robin sobre mí. Vuelvo a sentir la presión ejercida con tanta rabia, y vuelvo a ver el miedo y la turbación en sus ojos. El pánico cobra vida en mi memoria cada vez con mayor nitidez. Rebusco entre mis cajones por algo de maquillaje para cubrir las estelas de mi maltrato. No pensaba salir de mi habitación, pero el solo hecho de ver las magulladuras sobre mi cuerpo me transportaba de regreso a sus manos y podía sentir nuevamente como el dolor me desgarraba por dentro.

Cómo te sientes?

Es lo primero que aparece en la pantalla de mi celular cuando por fin decido cargarlo. Lo único que me empuja a no desconectarme del mundo, es la posibilidad de recibir alguna noticia de Alexis.

Bien

Decido responder esta vez. Ninguna palabra en este mundo era capaz de contener una mentira más grande que esa.

Fuiste tú?

Necesito saberlo.

De qué hablas?

Tú me trajiste de vuelta a la escuela?

No, Sonia me puso al tanto de lo que pasó

No sabía si debía enojarme con él o conmigo misma por el hecho de conocerlo tanto, pero la verdad era que no tenía energía para estar enfadada con nadie. No tenía energía para odiarme a mí misma. Y lo conocía, conocía a Nik más de lo que deseaba y su negativa no hacía más que confirmar lo que ya sabía. Había sido él, había sido su voz. Pero el dolor es más grande que la humillación.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora