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Para el lunes he podido meditar mejor las cosas. En realidad, no he dejado de hacerlo, pero lo único que me ha quedado claro es que la razón por la que Nik me forzó a ir a esa fiesta fue para «abrirme los ojos» y mostrarme que existe otra realidad completamente diferente a la mía. Y, tal vez, yo también conseguí abrirle los ojos a él... aunque eso no significa que haya visto algo especial en mí.

—Liv.

Una voz me saca de mis cavilaciones y cuando levanto la cabeza veo a Madison de pie en el umbral de la puerta.

—Gerda quiere verte.

¿Otra vez? No sé qué puede ser tan urgente para que me llame a su oficina faltando quince minutos para mi primera clase.

—Ya voy, gracias por avisarme —le digo y me sonríe antes de desaparecer por el pasillo.

Cuando entro al despacho de Gerda, ella ya está esperándome, sentada cómodamente en su sillón tapizado estilo europeo y con una taza de loza con diseño floral delante de ella. Toda su oficina desprende un intenso olor a café. Hace un gesto para indicarme que tome asiento y la veo dar un sorbo a su taza antes de volver a hacer contacto visual conmigo.

—Aún recuerdo cuando volví a ver a tu madre después de casi siete años, el día que te trajo por primera vez para matricularte en la escuela. Tan joven y tan maltratada por la vida —empieza a hablar de forma pensativa, como si realmente estuviera recordando—. Tú eras una pequeñita de tan solo seis años y desde ese momento supe que tenías potencial. Sé que piensas en ella, Liv, tu madre era una mujer hermosa, muy talentosa, todo lo que pudo haber logrado... —se lamenta—. Aquel día no pude ver en ella más que el reflejo de sus malas decisiones. Tu madre se equivocó, Liv, todos nos equivocamos, y ya sabemos en qué acabó esa aventura de adolescente.

Yo la escucho en silencio y no puedo sentir más que impotencia al oírla hablar de esa manera de mi madre, pero no me atrevo a interrumpirla. No soy capaz de pronunciar una sola palabra. ¿Qué era lo que quería lograr? ¿Me decía todo esto por haber estado distraída durante los ensayos? ¿Por haber descuidado mi peso? ¿Por no ver como prioridad un estúpido concurso cuando acabo de perder a mi madre hace tan solo seis meses?

—No cometas los mismos errores que ella, Liv. No puedes permitir que un tipo te arruine la vida tal como lo hicieron con ella.

Mi corazón se detiene cuando por fin consigo darme cuenta a dónde quiere llegar con todo esto. ¿Era posible que Sonia le hubiera contado algo? Sabía que no podía confiar en ella, pero aun así no podía evitar que me enfureciera.

—A tu edad es muy fácil enamorarse, ilusionarse, aún más cuando aparece un chico que se ofrece a mostrarnos una perspectiva diferente del mundo. Pero las drogas y el alcohol no son buenas consejeras, ese chico jamás te va a poder dar una buena vida. Yo sé cómo te sientes, Livia, pero necesitas permanecer enfocada en tu carrera, en tus sueños, que también eran los de tu madre. Hazlo por ella —hace una pausa para levantar delicadamente su taza y dar un nuevo sorbo. Parece segura de que con aquella charla me convencerá de dejar a Nik. ¿Realmente piensa que estoy así por él?

—Espero que sepas que te digo todo esto porque te quiero, conozco a tu familia hace muchos años y siempre fui muy amiga de tus abuelos —continúa—. Eduqué a tu madre desde los cuatro años y luego ella depositó esa misma confianza en mí para que yo te educara a ti. No me cabe la menor duda de que pudo haberse convertido en una extraordinaria bailarina, era empeñosa y tenía un talento nato, tal como tú lo tienes. Recuerdo cuando Cecilia me habló de la fatal decisión que Silvia había tomado, sé que no quieres causarle el mismo disgusto —me advierte con expresión apacible sin darse cuenta de que está hablando de mí: yo fui la gran piedra en la carrera artística de mi madre, yo fui ese fatal error.

Me quedo en silencio un instante más viendo cómo se termina su taza de café.

—Debo ir a clase —le recuerdo. Según el enorme reloj tallado que cuelga detrás de su cabeza ya estoy tarde para el calentamiento y no sé cuánto tiempo más soporte oírla hablar de esa manera. Suficiente tengo con mi abuela, que sé que ahora no solo me culpa de haber arruinado la carrera de mi madre, sino también de haber arruinado su vida y de que hoy ya no esté aquí con nosotros.

—Por supuesto, puedes retirarte. No quiero quitarte más tiempo.

Gerda me dedica una sonrisa de falsa amabilidad y yo salgo de su oficina tan rápido como puedo para dirigirme a mi salón de clase. El increíble respeto y cariño que le tengo después de tantos años se ven opacados por los prejuicios que ahora sé que comparte con mi abuela. No podía esperar menos de ella.

Ni la clase de ballet ni la ducha que tomo después de esta me ayudan a calmar mi irritación luego del sermón de Gerda. Estuve más distraída que nunca en la clase pensando en todo lo que me ha dicho, en mi mamá, en mi abuela, en la metiche de Sonia y en Nik. No puedo creer de qué manera conocerlo ha alterado por completo mis prioridades; ya no me importa complacer a Gerda, mucho menos complacer a mis abuelos, hacerles ver hasta qué punto se equivocaron conmigo, ni demostrarle a ninguna de las chicas de mi clase que yo puedo ganar el concurso internacional, y no por ser la favorita de nadie. Nada de eso tiene importancia si yo no lo disfruto.

—¿Por qué no me esperaste? —la voz de Alexis irrumpe en la habitación.

—Perdón, estoy con la cabeza en otro lado.

—¿Sigues pensando en tu motociclista? —insinúa.

—Gerda ya lo sabe. —Era lo último que esperaba que dijera y su expresión de asombro me lo dice.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Sonia —me limito a responder.

—Maldita vieja solterona.

Si hay algo que me hace sentir bien es que Alexis hable de mis problemas como si fueran suyos.

Solo bastó que mi celular vibrara para que mi ánimo cambiara radicalmente. No podía dejar de estar enfadada, pero, contrario a lo que debería, una sensación de sosiego me invade cuando veo la palabra «Bailarina» encenderse en la pantalla de mi celular. Era un mensaje de texto de un número desconocido, pero no podía tratarse de otra persona.

—¿A qué se debe la sonrisa?

—Nada, me acordé de Sonia en pijama el día que vinieron los policías.

Odio tener que hacer eso: ocultarle las cosas... otra vez.

—¿Volvemos a lo mismo? —me dice con absoluta firmeza y siento helar mi sangre—. ¡No puedo creer que los recibió en bata y pantuflas! —se parte de la risa y la culpa me asecha cuando finjo una nueva sonrisa—. Deberías haberla visto ayer, con el antifaz y los ruleros. Solo faltaba el gato para completar el cuadro.

—Sabes que es alérgica, ¿no? —le sigo la corriente.

—¿Y a qué no es alérgica? —intenta contenerse—. Podríamos regalarle un Phoenix —arrugo la nariz de solo imaginarlo.

—Voy a buscar mi falda al cuarto de Serena —dice cuando logra calmarse y espero a que Alexis deje la habitación para tomar mi celular.

«¿Cómo conseguiste mi número?».

Tecleo.

«Lo saqué del registro de tu escuela».

Tarda solo unos segundos en responder. Si bien estoy odiando a Sonia en este momento, agradezco lo despistada que es. Mi celular vuelve a vibrar.

«Estuve pensando en lo que dijiste sobre mi padre, tal vez te haga caso».

Aquello me hace sentir mejor. No solo porque no se había olvidado de nuestra conversación, sino porque al menos él tenía aún la posibilidad de recuperar a parte de su familia.

«Puedo ayudarte con eso».

«Si quieres»

Agrego. Quería que él quisiera, por más peligroso que fuera. Quería correr ese riesgo.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora