Había conversado tres horas seguidas en el teléfono con Alexis la noche anterior, como cuando teníamos catorce años y yo aún no me mudaba al internado. Había sentido cierta nostalgia al recordarlo, aquel simple hecho me remitía a una época de mi vida que ya no existía y de la cual ya no quedaba absolutamente nada. Ni siquiera yo era la misma. No porque las cosas fueran más sencillas entonces, sino porque yo era más feliz.
Ella me hablaba emocionada, casi sin aliento, tras horas de ensayo. Pero en cada jadeo habitaba un éxtasis que me hacía extrañar aquella sensación de vitalidad después de entrenar. Esa sensación que convierte el agotamiento absoluto en satisfacción. Que te embriaga cuando lo entregas todo por algo que amas y es capaz de trasformar los músculos tensionados y los pies adoloridos en placer absoluto. Solo la danza te daba eso y yo ya comenzaba a necesitarlo.
Me producía cierta melancolía oírla hablar e imaginarme a mí en su lugar, en mi lugar. Gerda había depositado toda su confianza en Alexis para ganar el concurso por el mismo motivo que a mí no me había enfadado que lo hiciera, porque ella misma se había ganado ese lugar. La oportunidad que yo no había sabido aprovechar, pero no tenía caso reprocharme por ello ahora.
Había estado intercambiando mensajes de texto también con Adriano desde el día que me internaron, él también lamentaba no estar lo suficientemente recuperado, como había esperado estarlo para esa fecha, para poder viajar a ver bailar a Alexis. Y, sin embargo, no había recibido un solo mensaje de Nik desde su última visita en el hospital. Me sentía terrible estando física y emocionalmente tan lejos de él. Lo único bueno que tenía este lugar, era que nadie me conocía antes y nadie me conoce ahora, así que puedo salir a la calle sin que nadie repare en mi presencia o puedo quedarme encerrada en mi cuarto si así lo deseo, sin que nadie repare tampoco en mi ausencia.
Pero no hacer nada en un cuarto que no era mío resultaba aún más aburrido que cuando solía pasar el día entero en mi pequeña habitación de la escuela, así que por la tarde decido dar una vuelta para conocer mi nueva residencia. No sabía cuánto se prolongaría mi estadía, pero no parecía que fuera a ser corta y era buena poder conocer lo que había fuera de los límites de mi nueva y extremadamente grande habitación. No tenía mucho que hacer en este lugar después de finalmente decidirme a explorar la casa, conocer a los empleados y probarme a escondidas toda la ropa que había en mis cajones. También me sentía extraña en aquellas blusas de gasa con cuello bebé y vestidos floreados con detalles en encaje.
Mi rutina ahora estaba atada a un estricto régimen alimenticio y las consultas con un médico que según Cecilia era de toda confianza. Cada tres horas debía comer algo pequeño, a pesar de no tener hambre. Me sentía llena muy rápido cada vez que lo hacía y me dolía el estómago cuando me forzaba a hacerlo, como si mi cuerpo hubiera perdido la costumbre. Había aprendido a sobrevivir con lo poco que le daba y ahora le costaba volver a adecuarse a recibir alimentos de manera constante. Aun así, no podía dejar de bajar de peso. Había llegado a pesar cuarenta y dos kilos.
Lo bueno era que Santino, el cocinero, tenía una sazón tan exquisita que estaba comenzando a facilitarme la tarea de volver a comer. Ahora que no existía la presión de ser perfecta, comer no debía ser una preocupación, pero era como si mi mente comenzara a contar las calorías de modo automático tan pronto daba el primer bocado y mis piernas a agitarse bajo la mesa para intentar quemarlas. Ya no se trataba solo de la danza, aquel pensamiento no me abandonaba.
Estos días mi abuela se había estado esforzando realmente en ser amable conmigo y yo estaba tratando de devolverle toda esa amabilidad, y de remediar en parte todo el tiempo que había sido tan indiferente con ellos. Aunque tampoco me era fácil hacerlo. Incluso me ofreció llevarme a hacer un cambio de look a su salón de belleza, pero no me siento preparada aún para otro cambio o para volver a salir a la calle, así todos me sean completamente extraños en esta parte de la ciudad.
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DESADAPTADOS
RomanceLos tatuajes eran su armadura, algo que había construido por años para protegerse, pero había uno en particular que desentonaba con su apariencia ruda. Tenía la forma de una flor, pero se camuflaba en blanco y negro en aquel océano de tinta que nave...