5

31 5 0
                                    

El lunes por la mañana Gerda, quien viste siempre formal y anda sutilmente maquillada, parece estar de mejor humor que otros días. Ni un solo pelo se escapa de su cabellera fijada por la laca y sujeta en un moño perfecto a la altura de su nuca.

—Tengo una muy buena noticia que darles —sonríe orgullosa—. Este año se realizará nuevamente el concurso estatal de danza y la escuela ha sido elegida para ser sede de este maravilloso acontecimiento. Por supuesto me gustaría que todas participen —hace una pausa—. Sin embargo, como sabrán, el prestigio de la escuela y el mío están en juego, así que solo las que aprueben la evaluación semestral van a tener la opción de concursar.

Es el segundo año que se realiza el concurso estatal y el año pasado la escuela se llevó gran parte de los reconocimientos, incluyendo el premio a la mejor coreógrafa, que Gerda expone con orgullo en su despacho junto a otros tantos galardones de su juventud.

—Luego de la evaluación realizaré una selección con los otros maestros para decidir qué se les va a asignar a cada una. Está claro que no todas están preparadas para ser solistas, aunque debo admitir que yo ya tengo al alguien en mente para una coreografía que he estado pensando llevar al concurso este año.

—Seguro habla de ti, te ama —me susurra Alexis al oído.

—Y aquí vienen las buenas noticias —sonríe—. Como saben, tendremos tres meses de puro ensayo y preparación para el concurso, pero valdrá la pena, ya que quienes obtengan los primeros puestos como solistas ganarán automáticamente un cupo para el concurso internacional. Sin necesidad de pasar audición.

Las chicas no pueden disimular su emoción. Todas se sienten listas para participar en el concurso y por supuesto todas, incluyéndome, aspiramos a ganar. Sin embargo, yo estoy más preocupada por el dinero para mi viaje, en caso de obtener el cupo, que por otra cosa. Por supuesto, mi abuela me lo pagaría, pero odio tener que sentirme agradecida con la mujer que me rechazó desde el momento en que supo de mi existencia. Y no solo eso, sino que además me echa la culpa por haber arruinado la carrera de mi madre... por no decir su vida.

Después de clase, como todos los lunes, hago fila con las demás chicas en la enfermería para el control semanal. Alexis, detrás de mí, no deja de hablar un solo instante sobre su increíble fin de semana y los carísimos regalos que le compraron sus padres.

—¿Te acuerdas de las botas negras hasta la rodilla que te dije que quería y no había en mi talla?

—No es habitual que una chica calce cuarenta, Lex.

—¡Shh! —me calla y yo me río—. Bueno, no sé cómo Adriano me las consiguió, son las ventajas de tener un hermano que trabaja —alardea complacida—. Deberías salir con él, ¿no lo has pensado?

—Tampoco es normal que andes ofreciendo a tu hermano al mejor postor.

—Eres mi mejor amiga, prefiero verlo contigo que con una desconocida. Además, es guapo, está en los genes —alza las cejas—. ¡Imagínate! Seríamos familia.

—¡Arias-Schreiber! —grita la enfermera y mi mejor amiga se pone de pie.

—Piénsalo —me dice con una sonrisa antes de entrar al consultorio.

Su hermano es bastante atractivo, no lo puedo negar. Tiene el pelo lacio y rojizo, tal como el de Alexis, pero a diferencia de ella sus ojos son marrones y algunas pecas salpican su rostro. Alexis, por su parte, tiene los ojos verdes y la piel nívea perfectamente uniforme. Pero, por más que ella insista, jamás me fijaría en su hermano, no me parece correcto y tampoco creo que él esté interesado en salir con la mejor amiga de su hermanita. Sería algo extraño.

—Besich —escucho mi apellido e intercambio miradas cómplices con mi amiga cuando me cruzo con ella en el pasillo.

Una vez dentro del consultorio, la enfermera me indica que me suba a la balanza.

—Has subido —señala pensativa con la mirada puesta en la regla que marca cincuenta y cinco kilos.

Jamás había pesado tanto. Debo haberme descuidado los últimos meses, pero definitivamente no noté en qué momento comencé a subir de peso. No es algo que antes me hubiera preocupado, siempre fui delgada. Aunque claro, tal vez no lo suficiente para el ballet clásico. La enfermera anota aquel número en la cartilla con mi nombre, junto al cual va escrito 1.65 metros. Estoy al límite, pienso. Necesito perder peso; de igual forma me pedirán hacerlo para el concurso. Como siempre.

—Cuida más lo que comes, un par de gustos menos no te harán daño —la doctora me lee la mente mientras toma notas en su registro y me hace algunas preguntas de rutina sobre mis hábitos alimenticios—. Nada de harina o azúcar, si eres bailarina no deberías consumir esas cosas.

Lo sé.

Finalmente me da el visto bueno antes de salir y llamar a su siguiente víctima.

—Chéjov— la oigo gritar mientras dejo la pulcra y reducida habitación de mayólicas blancas.

Antes de entrar a mi siguiente clase, no puedo evitar observar mi cuerpo frente al espejo. Las chicas se visten a mi alrededor sin ningún tipo de pudor. Todas son delegadas, la gran mayoría de poco busto y caderas angostas. No podrían ser bailarinas de otra manera. No había notado lo mucho que mi cuerpo había cambiado hasta aquel momento, no me había observado tan detenidamente hasta ese mismo instante. Mis pensamientos se oyen tan fuerte dentro de mi cabeza que las conversaciones a mi alrededor parecen lejanas. Debo dejar de compararme, eso no cambiará nada. Solo se trata de hacer algo de dieta, no es el fin del mundo. Además, lo que finalmente importa son las condiciones, ¿no?

—¡Hey, péinate! Estás tarde —Mi mejor amiga me da una nalgada en el trasero antes de dejar los cambiadores.

Cuando miro a mi alrededor no queda nadie. Por un instante había perdido la noción del tiempo. 

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora