Nunca antes había visto tanta gente rondando los pasadizos de la escuela. Niñas en leotardos y tutús rosas, madres nerviosas con su neceser en mano, maestros que van de aquí para allá verificando que todo esté en orden, chicas y chicos con los uniformes de sus respectivas escuelas y enfundados en sus botas como astronautas ocupan las butacas del auditorio. Cualquier lugar es bueno para estirar cuando eres bailarín. La cafetería se ha convertido además en un puesto de venta de camisetas y otros souvenirs con el nombre del concurso.
La gente comienza a llegar desde muy temprano, ya que la función es todo el día. Empezando por las categorías infantiles y terminando con las profesionales, de modo que saber esperar pacientemente, y estar siempre con el cuerpo caliente y la mente enfocada se vuelve parte esencial de la vida de un bailarín. Nuestra categoría varía entre los dieciséis y dieciocho años, así que después de la hora de almuerzo ya debemos comenzar a alistarnos. El día de hoy se presenta todo clásico reportorio y clásico libre, y mañana neoclásico y contemporáneo. Al final de cada día de concurso sigue la ceremonia de premiación, así que, después de bailar, las ansias no terminan. Nos espera un día largo.
—¡Liv, no te reconocí! —Daphne llega a sentarse conmigo y Alexis en uno de los camerinos, ya envuelta en su vestido color morado que consta de un corset y una falda larga de gasa, casi hasta la altura de las pantorrillas.
—Estás más flaca que yo —Alexis se da unos últimos retoques frente al espejo—. Envidio su fuerza de voluntad.
Niego con la cabeza y me río en un intento por mostrarme natural. Si no era suficiente compararme con Alexis, Daphne tenía una cintura casi inexistente, aunque más busto que el promedio y así bajara de peso sus piernas seguían siendo gruesas.
—Es que Liv siempre fue la más chancona, estoy segura que si Gerda le pide que baile de manos practica hasta que le salga.
Mi pretendida sonrisa parece abarcar gran parte de mi rostro en mi reflejo. De pronto, ya casi no hay rastro de cachetes en él. Las ojeras han sido cubiertas por el maquillaje y en su lugar me he asegurado de resaltar mis ojos con sombras oscuras y unas pestañas postizas que asemejan paraguas. Estoy peinada y maquillada mucho antes de mi hora, de esta manera solo me queda concentrarme y estar lista para salir a escena cuando llegue mi turno.
—Me enteré lo de Serena. Pobre.
—Sí, le dijeron que iba a tener que aprender a caminar desde cero —Alexis hace una mueca.
—Ojalá pueda volver a bailar, conozco a bailarines de la compañía que se han recuperado de lesiones como esas.
—Y además de competir contra nosotras, que ya te deja fuera de competencia —Daphne se ríe—, ¿bailas algo más?
—Sí, voy a bailar un pa de deux con Pietro, otro aprendiz de la escuela —se jacta.
Tras bambalinas la interminable relación de nombres enumerados del 1 al 358 avanza más rápido de lo que uno creería. Cerca de las cuatro de la tarde empiezan a anunciar los nombres de los intérpretes pertenecientes a la categoría Juvenil III y sus respectivas coreografías. Es decir, mi categoría. Las hormigas en mi estómago se transforman de pronto en una madriguera de conejos salvajes y lo único que agradezco es no haber comido nada después del jugo que tome en el desayuno. Alexis, por el contrario, se comió dos triples de jamón, queso y pollo que compró en la cafetería, según ella, para apaciguar la ansiedad.
Una a una van pasando Daphne, Luisiana, Donna, Madison, Alana, Gina, Tessa, Valesca, Alexis, entre otras bailarinas de diversas escuelas y dos chicas extranjeras: una de nacionalidad chilena y otra mexicana, y finalmente yo. A pesar de mi regla de «no mirar» hasta que haya pasado mi turno con el fin de mantenerme enfocada en lo mío, esta vez me tocó ser última y no puedo dejar de apoyar a Alexis, así sea observándola desde las patas del escenario entre los retazos de tela que cuelgan desde el techo para cubrir la parrilla de luces, y los cuerpos de las bailarinas que se apiñan para mirar. Al minuto de coreografía noto cómo algo la desconcentra y falla.
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DESADAPTADOS
RomanceLos tatuajes eran su armadura, algo que había construido por años para protegerse, pero había uno en particular que desentonaba con su apariencia ruda. Tenía la forma de una flor, pero se camuflaba en blanco y negro en aquel océano de tinta que nave...