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La lista de seleccionadas para presentarse en solos, dúos, tríos y grupales ya ha sido publicada oficialmente. Todas las chicas que sacaron sobresaliente en la evaluación han sido elegidas para presentar un solo entre las cuales me encuentro yo, Alexis, Luisiana y Madison, una compañera de rasgos asiáticos, entre otras chicas más. Sin embargo, al tener todas casi la misma edad, competimos entre nosotras mismas, es decir, en la misma categoría. Además de enfrentarnos a las chicas que participan en representación de las otras escuelas de la ciudad y las escuelas extranjeras que han sido invitadas a competir este año.

Gerda anunció esta semana que tan solo otorgaría dos cupos a los dos primeros puestos, ya que quiere viajar solo con las mejores al concurso internacional este año, por lo cual la presión ha comenzado a crecer en el grupo. Me temo que una vez dadas las coreografías empiecen las quejas por las supuestas preferencias de Gerda y el ambiente se torne aún más tenso.

A cada una se le han programado horarios adicionales para sus ensayos individuales, fuera de las horas de clases. Y dado que ya no tengo que escaparme para ir al bar por las noches, estoy pensando en emplear ese tiempo para ensayar por mi cuenta una vez que esté terminada mi variación. Estoy segura de que la competitividad no tardará en germinar en cada una de las chicas conforme se acerque la fecha del concurso, pero por ahora no puedo dejar de escuchar a todas comentar sobre la dichosa salida del viernes cada vez que me cruzo con alguna de ellas en los pasillos.

—Creo que mis papás me van a quitar la mensualidad —me dice Alexis apesadumbrada mientras caminamos hasta el salón de clases aquel viernes por la mañana.

—¿Y ahora por qué? —pregunto—. ¿Olvidaste sacar a pasear al gato?

—Los gatos no se pasean, Liv —dice volteando los ojos dramáticamente—. Reprobé francés —susurra como si alguno de los profesores pudiera alcanzar a oír nuestra conversación.

—Pensé que había química entre tú y el nuevo profesor —me burlo de ella.

—Ojalá eso fuera suficiente para aprobar el curso —suspira—. Ni siquiera entiendo de qué me servirá aprender francés.

—No lo sé, ¿tal vez porque estudias ballet?

—Lo bailo, no lo enseño. Duuh.

—¿Y qué piensas hacer cuando tengas cuarenta y ya no puedas bailar?

—Tendré un esposo rico que me mantenga —sonríe con suficiencia.

Dejamos nuestros maletines en los cambiadores y entramos al salón para sentarnos en el suelo a calentar un rato antes de la clase junto al grupo de chicas que ya se encuentra ahí estirando.

—¿Ya saben qué se van a poner hoy en la noche? —pregunta Madison emocionada.

—Falda tubo, una blusa y tacos —responde Luisiana con el mismo tono de superioridad que emplea siempre para dirigirse a las demás.

—Yo igual —dice Serena, la compañera de cuarto de Luisiana y su perrito faldero.

—Yo un vestido de lentejuelas que me traje de Miami y hasta ahora no me he puesto —comenta mi mejor amiga.

—¿Tú también irás con vestido, Liv? —me pregunta Madison.

—Yo no voy —respondo sin vacilar.

—Verdad que la última vez te fuiste a la media hora, ni por el cumpleaños de tu mejor amiga te esfuerzas por ser divertida —dice Luisiana.

—Si no quiere ir, no va —me defiende Alexis—. No todas están desesperadas como tú porque un chico las mire.

Madison y Serena se ríen por lo bajo al recordar el incidente con Peter la noche pasada. Yo, por mi parte, solo me compadezco de que el pobre haya tenido que besar esa boca que lo único que sabe es destilar veneno.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora