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Me despierto adolorida y con tanta hambre que siento que mi estómago en cualquier momento va a comenzar a devorarse a sí mismo. Alexis ya está en el cuarto, después del ajetreado fin de semana. Aprovecho en preguntarle por su hermano y, pese a su estado, solo puedo sentir envidia por él. Es como si nada en el mundo fuera capaz de tirar abajo su buen ánimo y solo me dice que está harto de estar encerrado. Resulta irónico, cómo él puede aborrecer su encierro y es todo lo que yo deseo. Aislarme del mundo. Pero, al menos hoy, nada puede arruinar mi buen humor.

Espero a que Alexis haya dejado la habitación para poder cambiarme, no quería que notara los cardenales que han aparecido entre mis piernas, o en el resto de mi cuerpo. Decido comer algo antes de mi clase para saciar el hambre feroz que me acosa, le había prometido a Nik que trataría de estar mejor y de verdad quería cumplir esa promesa. Quería estar mejor para que él estuviera bien, no quería que sufriera por mi culpa. Odiaba hacerle daño a las personas que quería, pero dejar de hacerlo no era tan sencillo como volver a comer. No podía dejar de sentir asco por mí misma cuando lo hacía y tratar de reprimir el impulso de correr al baño y vomitarlo todo era una pesadilla.

La sensación de fatiga me abruma durante la clase, el desgaste físico de ayer me ha dejado exhausta y no creo poder recuperarme para mi ensayo de la tarde. Subo a las duchas del segundo piso para que nadie se percate de los moretones después de pasar mi chequeo de rutina. Sé que no puedo evadirlo aludiendo indisposición, pero le aseguro a la doctora que estoy tratando de ganar peso. Que los arduos entrenamientos no me permiten subir tan fácilmente. Ella me advierte que si sigo bajando voy a empezar a quemar músculo y a debilitarme, que podía descalcificarme y esto me llevaría a complicaciones mucho más graves o incluso a lesionarme. Como si no sufriera ya las consecuencias de lo que yo misma me había hecho.

Quiere un examen de ADN

Leo en cuanto salgo del consultorio. Nada puede arruinar mi buen humor —me recuerdo.

Hazlo

Mi teléfono vibra y el número de Nik aparece en la pantalla. Corro al baño para poder contestar. Aún nadie, ni siquiera Alexis, sabía que había regresado con él. Nik me cuenta lo que habló con la trabajadora social. Ella dijo que había podido conversar con el donante sobre su caso. Lo dijo así, como si aquel caso lo involucrará a él, mas no a su supuesto padre. Aunque, supongo, no hay que criticar el protocolo sin antes conocerlo. Efectivamente, este hombre había participado de una campaña de donación de esperma para ayudar a padres —como fue el caso de los padres de Nik— que tuvieran problemas para concebir, cuando tenía tan solo veinte años de edad. Dinero fácil le dicen. Evidentemente no pensó en las consecuencias y el anonimato no es algo que él haya decidido, simplemente algo que se les impone en este tipo de campañas, más que nada para persuadirlos y garantizarles la no existencia de problemas como Nik en el futuro.

Pero eso no era lo más importante, el padre biológico de Nik, mejor conocido con el código de donante F–22, exigía, antes de decidir contactar a Nik, una prueba de ADN para poder estar seguro de él era efectivamente su hijo. «Es solo una formalidad». Como dije: protocolo. Nik no reaccionó precisamente bien a este pedido, pese a que se trata de uno bastante razonable según Carolina, la trabajadora social. En realidad, no reaccionó nada bien. En pocas palabras dijo que no quería saber más del tema. Pero, más allá de la frustración y la impotencia que pudiera sentir, yo sabía que escondía algo más: miedo.

—¿Por qué esa cara?

—Volví con Nik —suelto de repente. Los ojos de Alexis se abren por la sorpresa, pero pronto se recupera.

—¿Eso es una mala noticia?

—No, solo estoy preocupada por él. Está mal por el tema de su padre —mi amiga tuerce el gesto.

—Pobre mi hermano.

—Lex —me quejo, alargando la palabra. Lo último que necesito es que me haga sentir mal por «ilusionar» a Adriano, cosa que nunca hice.

—Me alegro por ti —dice sinceramente—. No todos tenemos tanta suerte.

¿Lo dice enserio?

—¿Lo dices enserio? —la miro incrédula—. Renny está enamorado de ti y Max ya no tiene familia por andar metido en el hospital contigo.

—Max es solo un buen amigo y es amigo de mi hermano. Y Renny no está enamorado de mí —hace énfasis en la segunda afirmación.

—Nik me lo dijo.

—¿Cuándo?

—El día del concurso y si no te lo conté es porque te conozco Lex. Siempre quieres creer lo que te resulta más fácil. Prefieres no darte cuenta de lo que tienes delante de tus ojos —siento, por un segundo, que le estoy reprochando algo de lo que ni siquiera es consciente.

—¿Te parece que fue fácil para mí que Renny terminara conmigo?

—Fácil, no. Pero sí bastante conveniente.

Era obvio que no le agradaría escuchar la verdad, la verdad que no quería ver. Pero no podía evitar que me molestara presenciar cómo se complicaba siempre a sí misma. Como si yo no fuera una experta en la materia.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora