26

16 1 0
                                    

Paso toda la tarde del domingo entre tiendas y vestidos de fiesta acompañada de Alexis. Recorrer centros comerciales no es mi pasatiempo favorito y aunque sí el de mi mejor amiga, me doy cuenta de que no puede despegar la vista de su celular en todo el día ni disimular esa sonrisita tonta que se le forma en los labios con cada bip del aparato.

—No sé si me gusta este —le digo a mi amiga cuando salgo del cambiador con un vestido corto color verde limón que va ceñido en la parte de cintura y tiene una falda acampanada.

—El modelo es lindo, aunque ese color me causa malestar estomacal —dice con los ojos puestos en la fina tela que rodea mi cuerpo—. Estás más flaca.

Me encojo de hombros.

—Necesito dejar de comer tanta azúcar —suspira.

Me observo en el espejo de cuerpo entero que se halla empotrado contra la pared y por primera vez me noto más delgada, incluso mi rostro se ve más fino. Había estado tan absorta en otros asuntos últimamente que ni siquiera me había detenido a pensar en ello y no puedo evitar sentir una enorme satisfacción al notarlo. Llevo una semana y media con las pastillas que me dio Luisiana y los resultados saltan a la vista, pero prefiero aguardar a mañana, cuando llegue la hora de subirme a la balanza, antes de cantar victoria. Veo a Alexis a través del espejo del probador nuevamente absorta en la pantalla de su celular.

—¿Sigues hablando con él? ¿Ya no salieron ayer? —pregunto con algo de envidia en la voz. No he sabido nada de Nik desde que me dejó en la escuela.

—Estoy pensando en invitarlo a la fiesta. —De repente, su rostro se ilumina—. ¡Podríamos ir los cuatro! ¡En pareja!

—¿Te estás escuchando? Tu mamá se muere antes de aceptar que salgas con alguien como él y lo sabes.

—Podría peinarlo y vestirlo con un traje lindo.

—Es un chico, Lex, no un cachorro que te encontraste en la —cierro la cortina aterciopelada para quitarme el vestido y escucho a Alexis repetir aquella última frase con voz aguda y tono de burla.

No había dejado de escuchar lo bien que la había pasado con Renny la noche anterior: la había llevado al bar y habían bebido cerveza. Ella ni siquiera tomaba cerveza hasta hacía dos días porque le parecía de mal gusto, pero este chico la tenía embobada a tal punto que ir a beber a una cantina en un barrio no precisamente adinerado se había convertido en su cita ideal. Mientras tanto, yo llevaba probándome unos quince vestidos y mi paciencia estaba comenzando a agotarse. El celeste pastel era demasiado simple, el negro muy apagado, el lila con vuelos asimétricos no iba acorde a la estación del año y me hacía lucir como la decoración de una torta de cumpleaños para una fiesta infantil. Si seguía así, jamás encontraría el indicado.

—¿Qué hay de este?

Vuelvo a salir del angosto cambiador para que Alexis me vea. Llevo puesto un vestido suelto de corte trapecio color beige con algo de pedrería en la parte del cuello.

—Es casi del mismo color de tu piel. Parece que estuvieras desnuda, pero me gusta.

Suspiro.

—¿De qué color es tu vestido?

—Rojo granate —me dice alzando una ceja.

—Sutil —ironizo y ella sonríe—. Me quedo con este —digo mirándome al espejo. Es cómodo y creo que me veo bien en él; además, estoy agotada.

Después de pagar —al final los padres de Alexis habían insistido en que fuera un obsequio de su parte y a mí no me había quedado otra que aceptar—, volvimos a su casa para la cena. Me fui a acostar temprano aludiendo estar muy cansada y estuvimos de vuelta en la escuela a la mañana siguiente. Aun así, mi amiga no dejó de contarme todo lo que había hablado con Renny en los escasos dos días que llevaban de conocerse mientras yo intentaba inútilmente conciliar el sueño.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora