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Necesito toser para recobrar la respiración y el ardor palpable en mi garganta solo me distrae un instante de las terribles punzadas que llegan y me obligan a contraer mi cuerpo. Contrario a lo que esperaba, vomitar no me cama el dolor, pero si la culpa. Una culpa que en ese momento se trasforma en la peor sensación de soledad que he experimentado en mi vida. Estaba sola contra el suelo helado y por decisión propia, porque yo había decidido no despertar a Alexis. No quería que me viera así, no quería que nadie me viera así.

Me doy cuenta de que ya es de día, pero nadie se ha levantado aún. Debo salir de aquí antes que alguien se despierte. Me veo terrible, tengo el rostro enrojecido y los ojos inflamados de tanto llorar, pero con suerte podré dormir un poco y nadie se habrá percatado si quiera que salí de la cama. Vuelvo al cuarto de Alexis, completamente en calma y a oscuras, ni un solo rayo de luz se filtra por las cortinas, como si el sol aún no hubiera salido. Su ronquido se ha convertido casi en una respiración pausada y la posición de su cuerpo luce completamente inalterable y en paz. Separo las sábanas y me recuesto nuevamente a su lado, el dolor ha disminuido, pero aún siento el rezago de los espasmos como un ligero palpitar en la mitad de mi abdomen y una quemazón profunda que me hace querer escupir fuego por la boca.

Miro mi celular sobre la mesa de noche a mi lado y me doy cuenta de que no tengo un solo mensaje o una llamada perdida de Nik. Ni si quiera sé si al final decidió ir al bar o si habrá podido dormir esta noche, pero aquello no tenía más importancia. Las lágrimas vuelven a derramarse por mis pómulos y mi nariz hasta mojar la almohada aun cuando cierro los ojos. Me siento vacía —es lo único que pienso antes de finalmente quedarme dormida.

...

Aludo la hinchazón de mis ojos a la mala noche, y Alexis no duda de mi palabra, ya que es testigo del terrible insomnio que he padecido las últimas semanas. No es solo el estrés, sino las pastillas, que no solo me quitan el hambre sino también el sueño. Me tomo una antes de bajar a desayunar y me limito a beber un vaso de jugo, pese a que no me provoca ni eso. Le digo a Alexis que sigo llena del atracón que nos metimos la noche anterior, ella me cree, otra vez, y se devora los dos omelettes con queso y espinaca, y la canasta de tostadas que adorna la mesa del desayuno. Es casi medio día y lo único que quiero es meterme en mi cama y no salir de ella nunca más. No he dormido lo suficiente para recuperarme, así que solo me siento cansada y desganada. Pero, por supuesto, Alexis no lo entiende.

—Me vas a acompañar a Copela a buscar a Renny —habla aún sin terminar de masticar.

—Es domingo, Lex.

—Tiene turno.

—Y yo tengo sueño.

—No seas vaga —su mirada me advierte que guarde silencio cuando Mía aparece por la puerta de la cocina.

—¿Qué tal mis omelettes?

—Pensé que los había hecho papá.

—Y seguro piensas que el talento también lo heredaste de tu padre.

—No, ma. El talento en la cocina lo heredé de ti.

—Que graciosa. ¿Van a salir?

—Sip, vamos al mall —responde con increíble serenidad.

—¿Quieren que las lleva? Tú padre y tu hermano se fueron a entrenar al circuito y me dejaron sola.

—No —se apresura en responder—. Daphne dijo que pasaría a recogernos en su auto, ya debe estar llegando. Sus padres le regalaron uno por sus dieciocho —se aclara la garganta.

—Espero que no pretendas que te regalemos uno a ti. No después de la decepción que nos llevamos ayer con ese chico —Alexis desvía la mirada en dirección a su desayuno.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora