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Cuando he cruzado la puerta de ingreso a la escuela, me quito las botas y camino en silencio. Subo las escaleras que conducen al tercer piso, donde están las habitaciones y atravieso el pasillo en penumbra hasta los baños que se encuentran en el fondo. Me lavo la cara para quitarme el maquillaje y camino de vuelta hasta la puerta con el número diecisiete incrustado en ella: la mía. Abro la puerta despacio para no causar ningún ruido y la cierro de la misma manera. Suspiro cansada, otra jornada ha terminado exitosamente. Dejo las botas en el suelo y me quito el abrigo para colocarlo al pie de mi cama. Estoy por tomar mi pijama cuando la luz ámbar de una lámpara se enciende y me causa un sobresalto.

—¿De dónde vienes? —me pregunta Alexis con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados a causa del brillo.

—De ensayar —miento y me apresuro en deshacerme de mi ropa para colocarme el pijama.

—¿Así ensayas? —pregunta recelosa. Llevo puesto los mismos shorts de nylon y un top de lentejuelas.

—Eh... sí.

Quito las almohadas que había colocado bajo las sábanas antes de que se dé cuenta y me meto en la cama. Espero que el sueño la haga pasar por alto mi inusual aspecto.

—¿No vas a darte una ducha? —insiste.

—Casi no he sudado y hace frío, me ducho por la mañana —digo intentando sonar convincente. La luz de la pequeña lámpara en forma de luna se extingue con un click y puedo respirar aliviada.

A la mañana siguiente me siento agotada. Detesto compartir el baño con todas las chicas del piso y, para empeorar las cosas, me acaba de venir mi período, así que no estoy del mejor humor. Soy una de las últimas en llegar al salón y Gerda me mira con desaprobación mientras termina de ultimar detalles con el jurado que nos evaluará, el cual está conformado por los demás profesores de la escuela y uno que otro invitado.

Me coloco en mi sitio habitual junto a la barra: a un extremo de esta, la música empieza a sonar y Gerda nos da la indicación para iniciar con la primera secuencia de pasos. Luego sigue el centro, para lo cual nos dividen en dos grupos y esta vez una decena de bailarinas se desplaza con gracia y destreza frente al jurado compitiendo por demostrar sus dotes artísticos. Después nos dan cinco minutos para colocarnos las puntas y la rutina se repite. Siento la presión concentrada en mis dedos del pie y me esfuerzo por estar enfocada y mostrarme segura frente a los maestros, quienes se limitan a mirarnos sin ninguna expresión en el rostro y evitan comentar entre ellos.

—Los resultados se publicarán en el panel por la tarde —anuncia Gerda cuando da por terminada la evaluación y el grupo de chicas exhaustas y sudorosas se retira a los cambiadores.

Me apresuro hasta mi espigada amiga e intento seguir su paso.

—¿Cómo te fue? —le pregunto, pero ella sigue de largo como si no me hubiera escuchado.

—¿Problemas en el paraíso? —reconozco la voz de Luisiana a centímetros de mi oído. Tuvo tiempo incluso de aplicarse rímel esta mañana, el cual permanece tan intacto como su tocado.

—No te sientas tan confiada, vi cómo tambaleaste en el adagio.

Luisiana se ríe forzadamente.

—¿De verdad piensas que Gerda se refería a ti cuando mencionó un solo? Ingenua —continúa en tono de burla.

—¡Luisi! —la voz de Gerda interrumpe su mofa.

Luisiana me dedica un gesto de autosuficiencia antes de alejarse corriendo grácilmente, como toda una bailarina, hasta la maestra. Me retiro a los cambiadores para darme una ducha e irme a tomar una siesta a mi cuarto. Después hablaré con Alexis.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora