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Para el lunes me siento completamente recuperada, aunque Gerda me pide que no me esfuerce demasiado durante la clase. Sin las pastillas, el sueño y el hambre han vuelto a formar parte de mi vida, y no puedo decir que los extrañaba.

—Me enteré de tu pequeño paseo por la sala de emergencias —Luisiana se acerca a mí en los cambiadores.

—¿Tú papá te lo contó?

—Las malas noticias corren rápido. Pensé que eras más inteligente, Liv —sacude la cabeza—. ¿Aún vas a quererlas? —asoma el frasco repleto hasta el tope de entre la ropa revuelta que hay al interior de su maletín.

Llevaba casi tres días sin tomarlas y no había notado cuanto me hacían falta hasta que las había tenido a mi alcance nuevamente. Pero no podía decepcionar a Nik otra vez y no podía volver a decepcionarme a mí misma. Lo que pasó, me había servido para darme cuenta de que estaba haciendo las cosas mal y era consciente que, a partir de ahora, todo sería más difícil. Pero podía lograrlo, podía continuar perdiendo peso sin depender de ninguna droga. No había de otra, el hambre se convertiría en mi nueva aliada, porque no me permitiría retroceder. Este último mes iba a ser crucial para mí en todo sentido.

—No las necesito más.

—¿Estás segura? No te vayas a descuidar y...

—Seguiré sola desde aquí —le aseguro—. Tus padres no lo saben, ¿verdad?

—Y tampoco tienen porqué saberlo —dice al tiempo que vuelve a esconder el frasco.

—No diré nada solo porque tú me ayudaste, pero ¿puedo saber de dónde las sacas? Es obvio que tu papá no te las da y supe que no están a la venta.

—No eres la única con amigos peligrosos, Liv —sonríe.

—Está bien. Solo quería decirte que tuvieras cuidado, no te vaya a pasar lo mismo que a mí —concluyo antes de alejarme y sé que probablemente sea la última vez que toquemos el tema.

—No soy tan torpe, sin ofender —asiento.

Esa tarde le ruego a Alexis casi de rodillas que me ayude a escaparme de la escuela para ir a buscar a Nik. Necesitaba explicarle en persona porqué ya no lo iba a poder ver. Sería solo un mes, íbamos a estar a bien. Además, pronto cumpliría la mayoría de edad y esta tortura se acabaría. No dependería más de las decisiones que tomen mis abuelos por mí, podría hacer de mi vida lo que quisiera y si ellos decidían retirarme la manutención, pues buscaría qué hacer. Pero no pensaba abandonar mi sueño y no pensaba abandonar a Nik.

—Por favor, Lex, no me pidas que se lo diga por teléfono. ¡Será la última vez que lo vea en un mes! Estamos en las mismas, deberías apoyarme.

—Está bien —suspira—. Pero yo iré contigo. Seré su chaperona —sonríe—. ¿Cómo vamos a hacer para burlar a Sonia?

—No lo sé —dejo escapar un gemido. Necesitaba pensar en algo.

Después de la hora de almuerzo, salgo caminando tranquilamente con Alexis en dirección al recibidor, donde Sonia se encuentra alerta en su posición. Me doy cuenta de que ha decidido cambiar la montura de sus lentes por unos color morado y me resulta curiosa la sonrisa que lleva dibujada en los labios aún mientras realiza su rutinaria labor frente a la pantalla de la computadora.

—¿Se puede saber a dónde van? —tose para llamar nuestra atención.

—¿Mis abuelos no te dijeron? Voy a recoger unos medicamentos que ayer no tenían en el hospital. Benito me está esperando afuera, en el auto. Si quieres puedes salir a verificar.

—Yo la acompaño, no tengo ensayo esta tarde —interviene mi mejor amiga, Sonia entorna los ojos antes de dar su veredicto final.

—Está bien, vayan, pero no se demoren.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora