La máquina ronronea bajo mi cuerpo y no se escucha más que los bramidos furiosos de las motocicletas, ubicadas una al lado de otra, cada vez que manipulo el puño del acelerador. Y el bullicio caluroso de la masa que alienta casi con violencia. Cada rugido del acelerador es una corriente eléctrica que recorre mi cuerpo, que me embriaga. Kara está de pie frente a nosotros con el brazo en alto mientras su melena larga y de un rojo descolorido flamea en el aire. El viento corre helado, sin embargo, yo solo puedo sentir calor. Calor y ansiedad. Hace más de un año que no corro, pero con cada descarga del motor el tiempo se acorta y mi excitación crece. Kara dirige la cuenta regresiva y mi camiseta, sobre su mano, desaparece antes de que pueda arrancar con un poderoso estruendo y dejar atrás todo el alboroto de la gente.
Voy casi a la par con mi contrincante, turnándonos para adelantarnos en cada quiebre, hasta que llegamos a la autopista y el recorrido se vuelve recto. Por fin puedo acelerar a toda potencia, el camino está despejado. Me dejo consumir por la adrenalina que se convierte en una droga en mi sangre y colisiona con los restos de alcohol de mi última borrachera. Percibo el resplandor rojizo de la moto que amenaza con sobrepasarme y acelero aún más. Cuando se trata de competir, no existen precauciones que tomar, solo riesgo y satisfacción.
Imágenes de la última vez que corrí llegan como flashes a mi memoria, imágenes que no consigo borrar y que por mucho tiempo creí olvidadas. Sacudo la cabeza, pero el recuerdo de esa última carrera me atormenta, me distrae y por poco no alcanzo a esquivar a un perro viejo y hediondo que se cruza en mi camino. Recupero el control de la motocicleta luego de un ligero desequilibro que Adriano aprovecha para aventajarme. Un nuevo flashback, como un deja vu, se repite en mi mente y debo cerrar los ojos por una fracción de segundo, preso de la perturbación que aquel recuerdo me produce.
Stefano me había adelantado, yo acelero para alcanzarlo y él hace lo mismo para no perder la ventaja que acaba de ganar. Estaba lloviendo, como nunca. Se aproxima una curva a pocos metros, ambos vemos el cartel de un color amarillo luminiscente que lo anuncia. Pero el ímpetu por ganar no me permite razonar, no puedo bajar la velocidad. Él tampoco lo hace. Pese a que conozco el riesgo, aprovecho el quiebre de la autopista para sobrepasarlo y lo consigo. No podía permitir que me ganara.
El cielo se ilumina de manera fugaz. La lluvia, rauda, nubla mi visión. Oigo su motor rugir a mis espaldas, con furia, pero pronto el estruendo es devorado por otro ruido aún más fuerte que lo consume. Stefano pierde el control de su motocicleta al momento de girar a toda velocidad para alcanzarme y colisiona estrepitosamente contra una colina rocosa antes de salir despedido con violencia y caer, inconsciente, sobre el suelo áspero y humedecido. Pequeñas piedras se desprenden del peñasco y bailan en el pavimento. Un chirrido se produce por la fricción de mi llanta contra el asfalto cuando freno en seco. Esta muerto.
El chico de cabellera encendida me ha vuelto a adelantar. Mis pensamientos no me dejan, no consigo mantener la concentración. Los recuerdos me atacan y un sentimiento de culpa o arrepentimiento que he reprimido durante meses sale a flote. Una luz resplandeciente al final de la autopista me saca de mi ensimismamiento. El brillo nevado es tan intenso que no me permite identificar de donde proviene, pero no puede tratarse más que de un vehículo que se aproxima en sentido contrario, probablemente un tráiler, con unas luces altas muy potentes.
Mi oponente se abre para darle pase, ya que está invadiendo el carril contrario, pero no disminuye la velocidad, así que yo tampoco lo hago. Sin embargo, con la proximidad, la luz se vuelve cegadora y el resplandor no me permite definir con precisión las dimensiones ni la ubicación exacta del vehículo.
—¡Hey! —intento prevenir a mi rival, pero este no da muestras de haberme escuchado o de tener intenciones de detener su marcha.
Pienso en la inminente posibilidad de que el conductor pueda estar borracho o incluso haberse quedado dormido frente al timón. Estamos en plena madrugada y los accidentes en la carretera ocurren con más frecuencia de la que deberían.
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DESADAPTADOS
RomanceLos tatuajes eran su armadura, algo que había construido por años para protegerse, pero había uno en particular que desentonaba con su apariencia ruda. Tenía la forma de una flor, pero se camuflaba en blanco y negro en aquel océano de tinta que nave...