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El lunes por la mañana la escuela es un alboroto, cuando las chicas empiezan a llegar y descubren que les han robado. Escucho llantos, gritos y los tacones de Sonia que van de aquí para allá a lo largo del corredor mientras termino de vestirme para la clase. Mientras tanto, Alexis se asegura por enésima vez de que no le falte nada. Finalmente, cierra su clóset y toma asiento sobre su cama perfectamente tendida al tiempo que deja escapar un suspiro.

—¿Por qué no se llevaron nada? ¿Estabas aquí cuando pasó? —me dirige la palabra por primera vez.

—No —me encojo de hombros y su expresión se torna seria nuevamente.

—Aún no piensas contarme nada, ¿verdad? —dice mientras yo termino de guardar las cosas en mi maletín y evito alzar la mirada para no tener que responder. No quiero volver a mentirle.

Alexis se pone de pie y deja el cuarto. Es obvio que sigue molesta.

—Liv, Gerda te llama a su oficina —la cabeza de Sonia aparece por la puerta ligeramente entornada y habla casi sin aliento.

—Gracias, ahí voy —le respondo, pero ya se ha esfumado.

Toco la puerta de la oficina de Gerda y escucho su voz que me autoriza a entrar.

—Liv, espérame un segundo que estoy viendo todo este asunto del robo —un oficial de policía se encuentra de pie tras ella y ambos están concentrados en el monitor sobre su escritorio.

Sonia irrumpe en la oficina aparatosamente y casi tropieza conmigo a su paso.

—¿Atraparon a los malhechores? —pregunta.

—Aún no, el oficial vino a traerme el video de seguridad que obtuvieron de la casa de enfrente y ahora mismo lo estamos viendo.

—La imagen no es lo suficientemente clara para un reconocimiento facial —indica el oficial.

Sonia no duda en acercarse y yo aprovecho su indiscreción para hacer lo mismo, aunque con mayor cautela. La imagen en la pantalla está en blanco y negro y no es realmente nítida. Aunque se vea salir a los culpables dudo mucho que los vecinos puedan identificarlos, pues, al parecer, nadie vio ni oyó nada aquella noche.

—¡Ahí están! —exclama Sonia justo en el momento en que la cámara capta a un grupo de motociclistas alejándose calle abajo. Es en ese instante, una milésima de segundo antes de que sus cuerpos abandonen la toma, que consigo reconocer la imagen borrosa de un mandala sobre la superficie lisa de una de las motos.

Una presión gélida invade mi pecho, casi a la altura de la garganta, y puedo identificar aquel sentimiento de angustia.

—¡Pero si son unos mocosos! ¿Podrá encontrarlos? —le pregunta Gerda al oficial de la policía.

—La investigación ya está en curso, creemos que se trata de un grupo de raqueteros que se mueven en la zona. Es posible que tengan antecedentes por asaltos previos, pero tomará un tiempo más dar con ellos —informa el oficial—. ¿Se llevaron algo además de los trofeos y objetos personales de las alumnas?

—Nada más.

—¿Cómo qué no? ¡Por poco y se llevan mi virginidad! —dice Sonia escandalizada.

—Seguro se trata de una banda de muchachitos descarriados. A esa edad se creen invencibles y lo peor es que lograron burlarse de nosotros —comenta Gerda indignada.

—¿Te hicieron algo? —le pregunto a Sonia asustada, había olvidado por completo que se metieron a su habitación.

—Deben haber pensado que su cuarto estaba vacío al igual que los demás. El chico salió despavorido cuando escuchó el alarido que metió Sonia. Felizmente pudo alertar a la policía de inmediato, pero escaparon antes de que llegaran.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora