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Germán viste una camisa floreada extremadamente llamativa la noche del viernes, su etilo hawaiano no concuerda con el ambiente rústico del bar ni con la estación del año en que nos encontramos. Se está peinando el bigote frente al espejo cuando entro a los camerinos y una enorme sonrisa se despliega en su rostro. Esta vez no traigo mi ropa para el show bajo el abrigo, pues vengo decidida a renunciar a mi trabajo.

—Liv —pronuncia con energía—. Qué gusto verte, no sabes los buenos comentarios que recibo de ti a diario. El otro mes ya entrarán a trabajar las nuevas bailarinas que contraté para que te acompañen en el show, ya tengo el flyer listo para pegarlo por toda la ciudad. Quizás puedas ayudarme a repartirlo.

—Germán —empiezo y él toma asiento en el largo y rotoso sillón de cuero, del cual la espuma empieza a escaparse por los extremos descocidos. Lo imito y tomo aire antes de continuar—. Lo siento mucho, pero no voy a poder seguir viniendo por las noches.

Germán se muestra claramente sorprendido.

—¿Pasó algo de lo que no me haya enterado? —me pregunta—. ¿Alguien te faltó el respeto? Si es por la paga, estoy dispuesto a negociarla.

—No, no es nada de eso. Simplemente se me complicaron las cosas. Un tema personal.

—Si es así, lo lamento mucho. Me hubiera gustado que conozcas a las nuevas chicas, estoy seguro de que juntas hubieran sacado fuego en el escenario. Al final el crédito es todo tuyo.

—Créeme que yo también lo lamento y te agradezco por la oportunidad. Realmente necesitaba el dinero, pero ya conseguiré un nuevo empleo —sonrío agradecida.

—Bueno, sabes que, si en algún momento decides volver, las puertas estarán abiertas para ti, Liv.

—Lo sé, gracias —repito.

—Antes de que te vayas, justo tengo el dinero de las últimas dos semanas que trabajaste —dice al tiempo que rebusca en los bolsillos de su saco que se halla sobre una de las sillas frente al tocador, para tomar de él un sobre blanco con mi nombre y entregármelo.

Vuelvo a agradecerle antes de ponerme de pie y dejar el pequeño camerino que me sirvió de refugio tantas noches. Camino en dirección a la puerta del local y suspiro con cierto alivio al saber que no tendré que volver más por aquí. Por suerte, aquella noche está Peter en la barra, quien solo me saluda con una amigable sonrisa al verme pasar.

Son poco más de las doce y el lugar ya está empezando a cobrar vida, la cola se hace cada vez más larga en la entrada y el bullicio más presente. Sé que mi ausencia nada va a cambiar en este lugar y es bueno que así sea. Siento un profundo alivio cuando por fin atravieso la puerta de salida del local. Es la última vez que tendré que hacerlo, ya no más noches de escapadas ni largas caminatas de madrugada.

—¡Hey, bailarina!

La voz de Nik me crispa los nervios cuando paso distraída frente a su estacionamiento habitual, un espacioso terreno desocupado que siempre está plagado de motocicletas, pero esta vez solo se encuentra la suya. Jamás lo había visto llegar tan temprano al bar y ahora me veo obligada a encararlo, justo lo que quería evitar. Esperaba no tener que volver a cruzármelo nunca.

—No estoy para tus idioteces, Nik —le advierto mientras lo veo quitarse el casco para dejar al descubierto su alborotada cabellera castaña, que brilla con destellos rubios bajo la luz ambarina del alumbrado público.

Entonces la veo, trae consigo la chaqueta de cuero negra. Pero ¿cómo? Estaba segura de que aún no se la había devuelto y la última vez que la vi estaba entre mis cosas, en mi habitación. Solo cabía una explicación. Fue él. Recién en ese instante me doy cuenta de que tenía la esperanza de que no hubiera sido él. Imbécil, me digo a mí misma. Le doy la espalda y comienzo a caminar en sentido opuesto.

DESADAPTADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora