Capítulo 4.2: Encuentro con Kai

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De repente, una bolsa de basura se cayó, haciendo un ruido bastante extraño. Era como si... hubiera algo dentro. No sé si era buena idea, pero no puedo evitarlo. Soy una persona muy curiosa, así que me voy acercando lentamente. Cuando veo la bolsa moverse, pego un grito y doy un salto hacia atrás. Pero inmediatamente procedo a acercarme y abrir la bolsa, como si mi instinto me dijera que ahí había algo que necesitaba mi ayuda (o lo mismo era una rata gigante, nunca lo sabré hasta verlo).

Efectivamente, un lindo cachorrito salió de la bolsa y comenzó a lamerme mientras movía su colita. Parecía que no llevara mucho tiempo allí, ya que no se le veía en mal estado, pero sí estaba lleno de mierda. En ese momento, me daba igual que estuviera llenando de dios sabe qué mi sudadera blanca.Inmediatamente puse en el Google Maps el veterinario más cercano. Había unas dos horas andando y cerraba en poco tiempo.

Decidí armarme de valor y conducir. En ese momento sabía que mis inseguridades no podían hacer sufrir a este pequeño queme había encontrado. Me armé de valor y subí a por las llaves a mi casa, que se encontraban en el fondo del cajón, y salí corriendo hacia el aparcamiento con el pequeñín en brazos.

—Venga, tú puedes. Piensa que si aprobaste es por algo, tú solo respira y hazlo como sabes hacerlo. La mano me temblaba mientras introducía la llave. Finalmente, me decidí y el coche no arrancaba. No sé qué podría esperar después de haberlo dejado casi medio año abandonado. Cuando miré hacia atrás y vi a ese pequeñín durmiendo plácidamente, supe que debía intentarlo de nuevo. Entonces, arrancó (llamadme hipócrita, pero en el fondo no quería que lo hiciera). Me armé de valor, pisé el embrague y el freno, quité el freno de mano, puse la primera marcha y allá vamos. Conduje un poco nerviosa, pero conseguí llegar al veterinario. 

Allí, una mujer mayor que creo que se llamaba Anne atendió al cachorrito e incluso me regaló un poco de comida y le dio una medicina para desparasitarlo interna y externamente. Al salir del veterinario, me encontré con dos de las que supuestamente eran mis amigas, que no dudaron en acercarse a sacarme información fingiendo sonrisas hipócritas como siempre hacían.

—¡Hola, Emma! Qué de tiempo. ¿Cómo estás? —Estas se creen que soy tonta o me chupo un dedo.—Bien —Sí, es cierto que no me gusta ser maleducada, pero tampoco soy la reina de las actuaciones.—Uyyy, pero qué cosita llevas ahí. Déjame tocarlo.

—La veterinaria me ha dicho que no lo exponga a más personas, ya que puede que le pasen enfermedades —No mentía en la parte que no debía exponerlo hasta que estuviera mejor, pero sé que normalmente las enfermedades no se pasan o suelen pasar de personas a perros, aunque aun así fue la excusa perfecta.

—Así que si me disculpáis... me voy yendo.

—Tía, a ver cuándo quedamos, que hace tiempo que no nos vemos —Sí, me echabais mucho de menos cuando no os molestabais en avisarme ni en enviarme ni un maldito mensaje. Simplemente sonreí, lo cual pareció más una mueca que una sonrisa, y me marché. Llegué a mi casa, vacía como de costumbre, y lavé con toallas húmedas al cachorrito ya que no me recomendaron meterlo en el baño. Le di de comer y le preparé una cama improvisada, y este cayó rendido.

 Había sido un largo día para todos .Me metí en la ducha y me di una ducha de estas largas y reflexivas. No pude evitar pensar en qué le había pasado al risueño y tan gracioso Ian. Aunque, si lo pienso, ya lo había visto con alguna herida alguna vez, pero pensaba que era de alguna pelea o algo. No me malinterpreten.

 Al salir de la ducha, me sequé el pelo y me fui a la cama. No pude evitar que se me escaparan algunas lágrimas y que me viniera ese pensamiento que siempre intento reprimir, que no soy suficiente para nadie, por eso todo el mundo me abandona. Mis amigos me abandonan, mi familia no me quiere, simplemente creen que soy la niña perfecta que solo le gusta estudiar, tampoco tengo el cuerpo perfecto por lo que nunca encontraré a nadie que me ame...

 Cuando me di cuenta, no podía parar de llorar. Escuché un ruido en la puerta, era el chiquitín que me había encontrado esta mañana. O más bien, él me había encontrado a mí, ya que tenía la sensación de que había aparecido para salvarme de este odio que me tengo hacia mí misma. Sollozando, sonreí por primera vez en todo el día, lo cogí y lo subí a mi cama.

—Necesitarás un nombre, pequeñín —sollozo—. Y mientras las lágrimas mezcladas entre tristeza y felicidad se me escapan, pienso en el mar, en esos ojos azules que me hipnotizaron hace unas horas.

—Mmm, ¿Qué tal Kai? —Sus orejitas se movieron y supe que era el nombre indicado.

Entre Sombras y Susurros de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora