Capítulo 38: Tiempos Difíciles, Abrazos Fuertes

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El sol apenas empezaba a filtrarse por las cortinas cuando desperté, sintiendo el cálido peso de Ian a mi lado. Estaba profundamente dormido, con su brazo envuelto alrededor de mi cintura, y su respiración era tan tranquila que casi podía sincronizar la mía con la suya. 

Era un momento perfecto, uno de esos en los que todo parece estar bien en el mundo. Pero entonces, un sonido lejano me sacó de mi ensueño, un sonido que llevaba sonando de fondo bastante tiempo. La alarma del despertador. ¡La alarma! Mi corazón dio un vuelco al darme cuenta de que debía haber estado sonando durante un buen rato. 

Intenté moverme con cuidado para alcanzarla y apagarla, pero Ian me sujetó con más fuerza, murmurando algo incomprensible y acomodándose aún más cerca de mí. No quería despertarlo, no cuando parecía tan cómodo, pero el eco persistente de la alarma seguía rondando en mi cabeza, incluso después de haberla apagado. Me obligué a relajarme; solo un poco más de tiempo en la cama no haría daño, ¿verdad? Sin embargo, justo cuando estaba a punto de sucumbir a la tentación, escuché un ruido distinto, mucho más cercano: el timbre de la puerta. 

Antes de que pudiera reaccionar, la voz de mi abuela Ginevra resonó desde el otro lado de la puerta.

—¡Emma! ¿Estás despierta? ¡Es tarde, han llamado a la puerta! Voy a abrir yo pero espero que estés despierta ya.

Mi corazón se aceleró. ¡Oh, no! Ian seguía profundamente dormido, y yo estaba atrapada bajo su brazo. Intenté deslizarme fuera de su agarre, pero él simplemente me acercó más, murmurando algo sobre "cinco minutos más" con la voz ronca, muy sexy de hecho. No podía evitar sonreír, pero sabía que no podíamos quedarnos así.

—Ian —susurré con urgencia, dándole un suave empujón—. Despierta, es tarde.—Solo un rato más —murmuró, su voz ronca y adormilada mientras me abrazaba aún más fuerte, como si fuera un oso de peluche.

—Ian, mi abuela está en la puerta —insistí, mi tono más apremiante. Eso pareció atravesar su somnolencia porque, de repente, sus ojos se abrieron de golpe.—¿Tu abuela? —repitió, completamente alarmado, parece Ian teme más a mi abuela que a nada en el mundo. Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió de golpe y Ginevra entró en la habitación, seguida por Thomas y Sophie, que observaban la escena con una mezcla de sorpresa y diversión.

—Sabía que se iban a quedar dormidos—dijo Thomas, cruzando los brazos con una sonrisa triunfante—. Así que vinimos a recogerlos.  Venga parejita ya es hora de despertarse.

—¡Espera un momento! —La voz de Ginevra subió un par de octavas—. ¿Ese chico está en el cuarto de mi nieta?

Ian, que había estado demasiado aturdido para reaccionar, levantó las manos en señal de paz, sus ojos abiertos como platos, parecía que hubiera visto un fantasma. Pero creo que ahora el fantasma ahora era él de lo pálido que se ha quedado desde que Ginevra abrió la puerta.

—No hemos hecho nada —se apresuró a decir, aunque su rostro seguía siendo de puro pánico. Intenté tranquilizar a mi abuela mientras me sentaba en la cama.

—Abuela, no ha pasado nada. Llegamos tarde y decidimos dormir juntos, pero eso es todo. Además ya soy mayorcita como para que te preocupes con quien duermo o dejo de dormir.

Ginevra nos miró a ambos, claramente intentando evaluar la situación. Finalmente, asintió con un suspiro y se llevó una mano a la frente.

—La próxima vez, avisadme, por favor. No me deis estos sustos —dijo, llevándose una mano al pecho—. Voy a tomarme una tila, la necesito antes de que me de un infarto. Y tú jovencito más te vale cuidar a mi nieta.

Entre Sombras y Susurros de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora