Capítulo 23.

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Los días transcurrían lentamente en la aldea de Koyala. Arandú y Kalik se habían instalado y cumplían con las tareas asignadas, interactuando con los aldeanos y ofreciendo sus mercancías exóticas. La presencia de Kalik continuaba siendo motivo de susurros y curiosidad entre los habitantes, pero poco a poco empezaban a aceptar su extraña apariencia y carácter reservado.

Ekuneil, sin embargo, no dejaba de observarlo con desconfianza. Había algo en Kalik que no terminaba de encajar, y la cercanía que había desarrollado con Huaáneri solo incrementaba sus sospechas. Decidido a entender mejor a este enigmático joven, Ekuneil decidió invitarlo a una caminata por las zonas alejadas donde solía entrenar.

—Kalik —llamó Ekuneil una mañana, encontrando al joven cerca de su puesto de comercio—. ¿Te gustaría acompañarme a entrenar? Quiero conocer mejor tus habilidades.

Kalik levantó la vista, sus ojos azules escrutando los de Ekuneil. Sin decir palabra, asintió y siguió al líder hacia el claro del bosque.

El lugar estaba despejado, con árboles altos que bordeaban el área, proporcionando una sombra refrescante. Ekuneil comenzó a mostrarle a Kalik los diferentes tipos de armas y técnicas de combate que usaban en la aldea. Kalik observaba con interés, pero su inexperiencia era evidente.

—Sujétala así —dijo Ekuneil, entregándole una espada de madera—. Usa tu fuerza para equilibrarla.

Kalik tomó la espada, imitando el agarre de Ekuneil. Balanceó el arma torpemente, mostrando una falta de familiaridad que contrastaba con su evidente fuerza bruta.

Ekuneil lo observó detenidamente, notando cada detalle. Kalik tenía fuerza, pero carecía de técnica. Esa combinación podía ser peligrosa si se enfrentaba con alguien entrenado.

—Vamos, intenta golpearme —lo desafió Ekuneil, adoptando una postura defensiva.

Kalik asintió y lanzó un golpe, pero Ekuneil lo esquivó con facilidad, desviando la espada con un movimiento rápido.

—Demasiado predecible —comentó Ekuneil—. Necesitas más control.

Kalik frunció el ceño, claramente frustrado por su torpeza. Ekuneil sonrió internamente, viendo una oportunidad para probar los límites de su paciencia.

—¿Quién te enseñó a luchar? —preguntó Ekuneil, mientras continuaban entrenando—. Pareces más acostumbrado a la fuerza bruta que a la técnica.

—Nadie —respondió Kalik, su voz baja pero firme—. He aprendido solo.

—Interesante —murmuró Ekuneil—. Y dime, ¿qué te trae realmente a Koyala? ¿Por qué estás tan cerca de la princesa?

Kalik se detuvo, bajando la espada. Sus ojos azules se clavaron en los de Ekuneil, como si sopesara la gravedad de la pregunta.

—Somos amigos —dijo finalmente—. Estoy aquí para ayudarla.

Ekuneil sintió una oleada de frustración ante la respuesta vaga. Decidió cambiar de táctica.

—Te ves incómodo con el arma —observó Ekuneil—. Tal vez prefieras luchar con las manos.

Kalik asintió, dejando la espada a un lado. Se acercó a Ekuneil con una postura más natural. Ekuneil vio su oportunidad de evaluarlo en una pelea cuerpo a cuerpo.

—Vamos, atácame —lo instó Ekuneil.

Kalik lanzó un golpe rápido, pero Ekuneil lo desvió fácilmente, agarrando su brazo y torciéndolo con un movimiento ágil. Kalik reaccionó con fuerza, usando su otra mano para empujar a Ekuneil hacia atrás. La pelea se intensificó, con Ekuneil demostrando su superioridad técnica mientras Kalik confiaba en su fuerza bruta.

Hijo de Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora