CAPÍTULO 17

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—¿Jean? —volvió a llamarlo Vittoria, cada vez más confundida, adentrándose rápidamente en la angustia. —¿Qué está pasando? ¿Por qué Paolo quiere que vayas a las ruinas de tu familia?

Franco no logró entender nada de lo que le decía su recién esposa. Isis había volteado mientras Paolo tiraba de ella, obligándola a caminar hacia la salida, y ocurrió que estacionó su triste mirar en él. Entonces le sostuvo la mirada, y ni Vittoria ni nada en su entorno tenía importancia. Quería llegar a su corazón, que lo perdonara.

Para Isis careció de valor que la gente le estuviese dando miradas críticas, mientras ella veía a su hermano al mismo tiempo que su acompañante la arrastraba otra vez lejos del sol. Al sentir de nuevo su separación, entró en razón. No le importaba la imponente y fría apariencia que mostrara Jean Franco. Era su hermano. Quería correr hacia él, abrazarlo y no soltarlo jamás. Anheló besar el camino húmedo que se había secado en su mejilla, y luchar para que no los volvieran a separar. Deseó acariciar esa cicatriz en su pómulo y preguntarle qué le pasó.

Mientras la apartaban de él, dejó de parecerle un desconocido. Ese hombre que no dejaba de observarla, luciendo torturado e imponente, era el mismo que le había construido un castillo de arena especialmente para ella. Era el que la abrazó todas las noches para dormir. El mismo que la amó desde el primer día de su existencia. Quien trepó árboles para bajarle una manzana o un durazno. El más hermoso ser que le prestaba sus juguetes para no verla llorar. El sol que iluminaba su vida.

Intentó zafarse del agarre de Paolo para regresar con Franco y pedirle que la salvara de su soledad, pero Paolo no se lo permitió. Tiró de ella con más violencia, advirtiéndole que, si no se comportaba, su hermano sufriría las consecuencias. Ojalá hubiera conocido quienes eran los hombres que tenían en la mira a Jean para alertarlo, pero no tenía ni idea.

Jean, cada vez más furioso por la manera en que era tratada su luna, y con la incapacidad de saber que si hacia cualquier cosa, podría hacerle más daño, interpretó el dolor en la expresión de su hermana como si lo hubiese condenado. El suplicio que seguía viendo en ella fue la certeza que necesitaba para, por fin, convencerse de que lo odiaba por haberla llevado a esa vida tan vil. Y supo que no existía nada que pudiera hacer para que lo perdonara. Ese pensamiento era la consecuencia por no tener la capacidad de perdonarse a sí mismo.

Al mismo tiempo, a Vittoria se le revolvió el estómago y la bilis le trepó por la garganta, al descubrir que entre esa mujer desconocida y su esposo pasaba algo importante y doloroso. Casi pudo sentir ese daño que transmitan sus expresiones mientras se veían, como si fuese suyo. Quería creer que eran celos, pero era algo mucho más dañino que le rompió el corazón y acabó con las pocas esperanzas que Franco le había dado momentos atrás.

—¿Por qué no me contestas, Franco? ¿Qué pasa? —insistió Vittoria, intentando revivir una pequeña llamita de ilusión—. ¿Quién es esa mujer?

—¿Por qué mierda estás dejando que se la lleve? —exigió saber Giulio, sin aliento. Había corrido hacia Franco cuando Paolo se llevó a Isis. Lo desquició la idea de verla con él, siendo alejada de su hermano, y tratada de ese modo. Le urgía saber de qué hablaron él y Franco, y qué iba a pasar con Isis. No era buen augurio que Jean estuviera sin hacer nada mientras la veía marcharse—. ¿Qué puta madre estás haciendo, Franco?

Vittoria le dedicó una mirada desconcertada a Giulio, suplicando en silencio saber qué estaba pasando y por qué se preocupaba por aquella mujer.

—¡Contéstame, Franco! —demandó Vittoria, al borde de la desesperación.

El interior y el exterior de Franco se cubrieron de escarcha cuando vio a Isis desaparecer por la puerta del museo. Sujetó a Vittoria del codo con brusquedad, y la jaló hacia él del mismo modo.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora