CAPÍTULO 30

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Después de una semana más, la nueva realidad para las personas cercanas a Jean Franco Casiraghi se transformó rápidamente en monotonía.

Esa zona de confort que un buen porcentaje de la población mundial busca con el objetivo de vivir tranquilamente y sin demasiado riesgo, alcanzó a Giulio, Benedetto, Vittoria y hasta a la guardia Casiraghi. Una periodicidad sombría.

Seguía sin despertar el capo, el hermano, el amigo, el esposo, el protegido y el futuro padre.

En total, trescientas treinta y seis horas que ocasionaban la incertidumbre sobre el futuro de todos ellos. Y, aun así, existía la certeza de que nada volvería a ser igual para ninguno. El día que apuñalaron al Demonio de Florencia existiría como un acontecimiento épico con un antes y un después.

Asimismo, Giulio logró convencer a Isis de dormir unas horas al día en la cama cómoda del hotel. Vittoria comenzó a tomar vitaminas prenatales. Benedetto cambió de lentes y se cortó el cabello. Darío y Claudio se resignaron y entendieron que el corazón de su dama de la mafia no sería nunca para ellos. Y Fabio dio el siguiente paso, regalándole a Isis un oso de peluche, un ramo de rosas, una caja de chocolates y una funda para celular, con la esperanza de ser una buena competencia para su colega.

Isis era la única que seguía sin ser abducida del todo por la monotonía. Muchas cosas para ella eran nuevas. Después de tantos años en cautiverio, el sabor del dulce más común le fascinaba y la palabra menos esperada la alteraba. Se emocionaba cada que Giulio le contaba cosas acerca de cómo se manejaban los negocios de su hermano, y empezó a tomar voz en todas las decisiones. Sus crisis, lamentablemente, no dejaron de torturarla, cada una de ellas siendo más brutal que la anterior. A veces esos trances le venían en forma de pesadillas, y Giulio la encontraba escondida en alguna esquina recitando cosas sin sentido. O, tal vez, con más sentido del que parecía.

No obstante, ellos dos seguían bajo un hábito que a ninguno les molestó ni aburrió. La guerra colorida de caramelos resultaba revitalizante para ambos. Eran los únicos momentos en los que ella se alejaba de sus pensamientos oscuros.

Bueno, más o menos los revitalizaba.

Sentada como todos los días bajo la protección del brazo de Giulio, Isis aventó el teléfono hasta el otro extremo del sofá en la sala de espera, y resopló, completamente frustrada. Se había quedado sin corazones y ya no quería gastar más dinero comprando cinco vidas más. Una hora sin poder cumplir el objetivo de ese nivel, le hizo desear matar al creador de ese tonto juego.

Giulio se divertía de ella en silencio, pero agradeció que por fin dejara ese artilugio adictivo.

Un par de días atrás, había descubierto que Isis siempre elegía la misma posición en el sofá, porque el brazo con el que siempre la envolvía era el de su tatuaje. Y cuando Isis se estresaba con los caramelos, se entretenía redibujando las líneas del grabado, simulando guardar en su memoria cada detalle. Por consecuente, Giulio la quiso un poquito más; si es que eso era posible.

Era un infortunio que él no iba a poder dar el siguiente paso como Fabio. No podía quitarle la luna al sol, aunque fuese su ángel. Franco había dejado todo por su hermana, y jamás sería capaz de arrebatársela.

De cualquier modo, eso no le impidió disfrutar del tacto de Isis. Mientras ella, con la yema de los dedos comenzó a delinearle las sombras del águila dibujada en la muñeca, el siguió con la mirada sus movimientos. Jamás nadie lo había tocado con tan tanta suavidad e inocencia. Era tan hermosa, tan dulce, tierna...

La vibración en el bolsillo de su pantalón le frenó seguir por ese camino de pensamientos.

Contestó la llamada, tras leer el nombre de Vito en la pantalla, y se colocó uno de los audífonos. Empleó el brazo libre, por lo que Isis pudo seguir en lo suyo.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora