CAPÍTULO 53

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Los funerales en la religión católica, son un compuesto de ritos y tradiciones que reflejan nuestra creencia. Realizamos oraciones por el alma del ser querido, pidiendo a Dios que le conceda el descanso eterno y la paz. Las lecturas y los cantos para la ceremonia hablan de la esperanza, la resurrección o la promesa de una vida sempiterna. Con nuestros rezos, guiamos a nuestro ser amado por el camino hacia la luz.

Esto en caso de ser demasiados subjetivos y no ver la verdadera razón detrás de nuestros ritos culturales.

Nuestro fallecido ya no escucha, no ve la cantidad de personas que asistieron, ni puede juzgar quien está por compromiso o por afecto sincero. Los funerales son para los vivos, no para los muertos. Los vivos necesitamos de este culto devoto que organizamos con tanta minuciosidad, porque lo utilizamos como método de redención y comunicación.

Siempre damos por sentadas a las personas que están en nuestra vida. Creemos que nunca nos faltaran y asumimos que saben cuan importantes son para nosotros, reservándonos nuestra declaración de cariño para el día siguiente. Si no les pedimos perdón cuando aún estaban con vida, el funeral es el momento perfecto para disculparnos. Retrasamos los "te quiero" para estos lamentables eventos. Los abrazos que no dimos a un cuerpo cálido con un corazón latiendo, se los damos a un objeto inanimado que resguarda ese mismo cuerpo en donde ya no late un corazón. Es más sencillo hablar cuando no nos escuchan, aunque, irónicamente, resulta ser más doloroso. No dejamos la vergüenza y el orgullo hasta que ya no hay un después. Olvidamos las peleas y las diferencias, porque ya no hay con quien discutir. Los remordimientos y las ganas se vuelven más intensos. La soledad toma el lugar de esa persona a la que le estás diciendo adiós. A quien amamos, se ha ido para siempre.

Es entonces, cuando la esperanza del futuro se desvaneció, que, dentro de nuestras oraciones a Dios, pedimos con ahínco y devoción una oportunidad más, un instante más, un segundo, solo un segundo más... Es en un funeral, en donde buscamos y creemos encontrar esa frágil posibilidad.

La misa que se ofreció en la Catedral de Giotto para despedir a un maravilloso y excepcional hombre no resultó suficiente para que Franco pudiera decirle adiós, pedir perdón y confesar un "te quiero". Sinceramente, ni una eternidad bastaría. El tiempo de la ceremonia fue tan corto como grande era su dolor. No había logrado persuadir a Dios con sus silenciosas exigencias para que se lo devolviera.

Tal vez, si hubiese dejado que la mitad de Florencia asistiera a la iglesia, sus rezos hubieran llegado con más potencia a los oídos del todo poderoso. Sin embargo, no había querido lidiar con gente hipócrita y condescendiente que no conocían ni la cuarta parte de lo que fue Giulio Marchetti. Por ello, solo permitió que la guardia Casiraghi se presentara a la ceremonia, y no pareció que todos ellos hubieran rezado con fervor para que Giulio volviera, o, al menos, para que lograra escuchar cuanto lo amaban todos, cuanto lo amaba él...

Por esa razón, como medio de desahogo, Franco decidió ser quien cubriera la caja fúnebre de Giulio con toda esa tierra que se consiguió tras excavar una gran fosa dentro del perímetro de la Villa Casiraghi. Aun podía sentir la pena y la devastación arrebatándole el aire. Sus extremidades dolían con cada inhalación y en el pecho seguía instalado ese gran vacío que nadie más podría llenar. Solo habían pasado poco más de veinticuatro horas desde el fallecimiento de Giulio Marchetti, y ya se veía venir como una eternidad.

Cada gramo de tierra que Franco vertía dentro del hoyo, parecía estar cayéndole encima. El peso de los hechos se cernía sobre él como una enorme avalancha. Los remordimientos, la impotencia y la culpa no lograban desprenderse de su alma quebrantada. En cada palada empleaba toda su fuerza y desesperación con el fin de enterrar junto con su amigo todo el suplicio. Pero no iba a ser tan fácil. Una enredadera de sentimientos encontrados lo tenían preso, inhabilitado de pensar en otra cosa que no fuese el féretro en el fondo de la fosa. Cuanto antes terminara, posiblemente más rápido mitigaría el dolor. No obstante, cuando finalizara, sería incuestionable la realidad. Se asentaría la verdad acerca de la muerte de su hermano y no habría manera de ponerlo en duda ni por un segundo con la ilusión de estar siendo parte de un mal sueño.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora