CAPÍTULO 45

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La Toscana llevaba dos semanas enteras en estado de alerta, totalmente en pánico.

Madres e hijos no querían salir de sus casas; la mayoría no lo hacía. Los padres de familia reforzaron la seguridad de sus hogares con protecciones en las ventas y más de dos cerrojos en las puertas. Por las noches, las familias completas no lograban conciliar el sueño. Un asesino en serie había logrado cautivar la atención y el temor de todo aquel que fuese toscano.

Siena, Pisa, Florencia, Arezzo, Pistoia, Massa, Prato, y más ciudades toscanas, tenían toque de queda.

Diez hogares, en el transcurso de quince madrugadas, fueron víctimas de ataques homicidas. Niños, padres, madres, abuelos, y hasta pequeños recién nacidos, se habían hallado sin vida en escenas realmente perturbadoras. Hubo violaciones previas a los asesinatos, torturas, y ríos de sangre sobre la mueblería, paredes y pisos. Extrañamente, la masacre había dejado seis niñas desaparecidas.

En referencia a todo esto, las únicas pruebas acertadas de este asesino que se postuló en poco tiempo como el más temido de la última década, fueron máscaras estilo venecianas que dejaba colocadas sobre el rostro del patriarca de cada una de las familias. Este criminal parecía tener un poco más de estilo. Y se aseguraba que era parte de los rebeldes trabajando en el propósito de derrocar el capitalismo.

Dicho de otro modo, el asesino de identidad aun desconocida para las autoridades, probablemente, pasaría a la historia.

Las noticias, redes sociales, revistas y periódicos no descansaban. Sus páginas y coberturas estaban repletas de este acontecimiento sin precedentes. Y las investigaciones confirmaban que el trabajo no lo hacía una sola persona. Al menos cuatro hombres más participaban en estas masacres que se esperaba encontrara fin lo antes posible.

Encima, por si no estuviera siendo suficiente para el estrés citadino, Paolo no había sido muy bien recibido a la hora de ser nombrado alcalde de Florencia. Todavía no tomaba el cargo total, pero ya existía la certidumbre de que, en poco tiempo, su nombre aparecería en los oficios de Vecchio.

Gente que se reusaba a temer al nuevo asesino en serie se dedicó, por esas mismas dos semanas, a hacer huelgas frente a los edificios más importantes de Florencia, con pancartas que exigían fuese Jean Franco Casiraghi el alcalde. Evidentemente sabían que su voz no sería escuchada por los altos mandos, pero nada se perdía con intentarlo. Todavía había personas dentro del gobierno con buen sentido común que, posiblemente, tomarían en cuenta sus preferencias. Mientras Paolo no ocupara la silla en la oficina de la alcaldía, aun se albergaban esperanzas.

Isis apagó el nuevo televisor en su habitación, incapaz de seguir viendo todo ese tipo de noticias alarmantes. Su ciudad estaba en crisis, pero ella se encontraba extremadamente preocupada y alterada por un motivo más importante. Su hermano llevaba quince días desaparecido sin ningún rastro de que hubiese estado en casa y a nadie le respondía las llamadas y los mensajes, ni siquiera a ella. Eso le hacía plantearse que quizá su hermano había sido víctima de esos asesinatos o, en su defecto, había renunciado a ser su hermano.

Con el corazón doliente, tomó entre brazos a su bonito cachorro Ares y se encaminó hacia el gran salón. Hades fue detrás de ella, escoltándola cabizbajo. También estaba angustiado por su dueño, otra vez.

Zeus, por el contrario, y como un buen holgazán, se quedó tirado en la cama gozando de sus privilegios gatunos.

Isis encontró a Giulio y a Vittoria en la estancia principal. Giulio se hallaba frente al gran ventanal y Vittoria sentada sobre uno de los sillones.

De pronto, Isis sintió un pequeño escalofrió y tuvo ganas de llorar al advertir el estado de frustración y rabia en el que se hallaba su soldado. Como ella, no había dormido en todas esas noches esperando noticias sobre Franco.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora