CAPÍTULO 39

56 1 0
                                    


La reconciliación entre Casiraghi y Marchetti sirvió para que ambos se sumergieran en un arduo trabajo de varias horas. Existían muchos asuntos que se atrasaron por todo ese mes en que Franco estuvo fuera de la jugada, y requerían ponerse al día lo antes posible, ya que el Imperio Casiraghi debía volver a funcionar impecablemente.

Franco le delegó a Giulio cuestiones referentes a la contabilidad de la mercancía y todo lo que conllevaba administrativamente, mientras que él se dedicó a coordinar lo pertinente sobre todo su patrimonio. Con Isis de regreso a su lado, necesitaba ordenar las propiedades que quedarían a nombre de ella, las que quedarían a nombre de Giulio y las que dejaría a su nombre.

El escritorio era un mar de pilas de documentos. La parte en donde él trabajaba se veía limpia y ordenada, y el cenicero repleto de restos de cigarrillos. Por el contrario, el lugar en que Giulio lo hacía, estaba desordenado y llenó de hojas arrugadas y colillas de cigarro por doquier. De igual manera, ambos habían dejado el espacio perfecto para que cupiera un plato con una deliciosa rebanada de pastel y un vaso de leche que, en ese momento, Ofelia les llevó.

Franco cortó delicadamente un pequeño trozo de pastel, se lo llevó a la boca y le dio un sutil sorbo a la leche. A su vez, Giulio zanjó casi una cuarta parte del pastel, se lo comió y, de dos grandes tragos, se terminó la mitad del vaso de leche. Después de eso, regresaron su atención al trabajo frente a ellos.

Curiosamente, no fue una situación casual. Ese hábito lo adquirieron desde que eran unos niños y hacían las tareas juntos en casa. Desde entonces, aunque las tareas escolares se convirtieron en faena para adultos, el pastel y la leche nunca les faltó.

Sin desatender sus alimentos, Franco sacó un par de dossiers del último cajón de su escritorio. En ellos se encontraban los dos documentos de las propiedades que le faltaban por administrar. Comparó la información de uno de ellos con la lista de cotejó que tenía en la pantalla de su portátil y dejó el folder sobre la pila que le correspondía a Giulio. Hizo lo mismo con el siguiente, dejándolo sobre la hilera correspondiente a Isis.

Franco era meticuloso y muy ordenado con cada uno de sus asuntos. En el momento que comenzó a tomar posesión de toda la fortuna Casiraghi, empleó productivamente parte de su tiempo en realizar una lista de todos los bienes que pasaban a su nombre después de haber pertenecido a su padre. Como parte de su logística, y para tener todo bajo control, había sistematizado todo por tiempo de adquisición: primero la fecha en que adquirió el bien su padre y luego en la que se le entregó a él. Frente a cada nombre de la propiedad y la dirección completa, estaba el valor de la posesión correspondiente y una nota de posibilidad de venta o inversión. Su carrera extra en economía y administración no la hizo en vano.

Giulio, por el contrario, no la aprovechó lo suficiente. Seguía sin avanzar en el balance de los narcóticos vendidos durante esos últimos treinta días.

Satisfecho y deseando un descanso, Franco se dispuso a regresar los documentos ya ordenados al cajón. En consecuencia, una carpeta solitaria en el interior de este apartado capturó su atención. Le pareció conocida, pero no se sentía familiarizado como con todas las demás. En realidad, se presumía como si la hubieran abandonado. La tomó y de inmediato la abrió.

Claro, ahora tenía sentido que le figurara haber visto ese folder antes. Eran documentaciones que lograron rescatar de las ruinas de su familia gracias a que habían estado resguardadas en una caja fuerte. Por eso no reconoció el folder al instante. Solo se había atrevido a revisar los archivos una vez, cuando Benedetto se los entregó apenas cumplió los dieciocho años, y no volvió a indagar en ellos nunca más. Y es que no eran cualquier cosa, eran documentos que recordaban a la familia Casiraghi.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora