CAPÍTULO 4

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El reloj en el tablero del Maserati marcó justo las siete veinticinco de la noche, cuando Franco se estacionó algunos metros atrás del letrero que daba la bienvenida a Florencia. La Roll Royce Phantom negra con Vittoria, Vito y Antonio en su interior, aparcó detrás unos segundos después. Frente a ellos, a pocos metros, se hallaban un Renault plata y un Corsa blanco parados con las luces intermitentes encendidas.

Jean Franco sacó la pistola que siempre llevaba en la guantera, la guardó a sus espaldas, cubriéndola con el saco, y se bajó del auto. A su vez, un hombre alto y fornido descendió del corsa por la puerta del acompañante y comenzó a andar hacia la ubicación de Franco.

El sujeto que se acercaba a paso lento llevaba el cabello muy corto de los costados, y, en la parte central, lo mostraba en un peinado desalineado acomodado hacia arriba. Vestía una camiseta verde militar que dejaba asomar, a través de la tela, unos hombros anchos junto con unos pectorales duros y abultados, síntoma de unas buenas horas al día de entrenamiento. Sus anchas piernas iban cubiertas por un pantalón de mezclilla color petróleo, y sus botas de motociclista amortiguaban el sonido de sus pasos sobre el asfalto.

Se encontraron a mitad de camino. La luz de la luna le reveló a Franco un rostro de niño malvado adicto al sexo, de atractivo crudo y dulce a la vez, y unos ojos color miel brillando de emoción y anticipación.

Giulio Marchetti, la antítesis de Jean Franco Casiraghi, lo saludó con una ruda palmada en el hombro.

Pese a la oscuridad, se conseguía apreciar una buena parte del tatuaje de Giulio. Un grabado realista del Dios griego Zeus simulando lanzar su rayo se dibujaba en la parte superior de su brazo derecho, y se expandía hacia abajo en una pared de plumas, finalizando en su muñeca con un águila expresando furia con el pico abierto. También, era visible otro dibujo a tinta permanente en la parte derecha del cuello. Serpientes en un tono turquesa y sombras negras parecían enredarse en ese sitio, como si quisieran morderlo.

Franco, al tener la misma altura que Giulio, pudo analizar por encima del hombro de su compañero los dos autos estacionados a sus espaldas.

—Buena elección. No tendrás que pagar mucho por las reparaciones —comentó Franco, dándole una palmada compasiva en el brazo.

—¿Traes a la pelirroja? —preguntó Giulio con un toque de incredulidad, viendo hacia la camioneta.

—No podía dejarla con dos hombres únicamente. No son suficientes —explicó Franco.

—¿Y sus bragas?

—En su lugar.

—Una lástima —se lamentó Giulio—. ¿Cuál es el plan? —Se frotó las palmas y dio unos ridículos saltos, listo para la acción.

—No te emociones. Tu persecución es solo un plan de contingencia —aclaró Franco. Giró el torso y les hizo una señal con dos dedos a sus hombres para que se acercaran.

Vito y Antonio bajaron de la camioneta. Ambos, acomodaron las pistolas en el cinturón de sus pantalones mientras caminaban. Cuando llegaron a la posición de Franco, se acercaron a Giulio.

—Vito, al volante del Maserati. —Franco comenzó a planear y a ordenar, sin darles oportunidad de saludarse. No tenía tiempo para ceremonias grotescas—. Antonio, al volante de la Phantom y que Vittoria se quede en el asiento de atrás. Esperen aquí hasta recibir nuevas indicaciones y estén atentos, podemos tener rebeldes cerca. Si Vittoria quiere orinar que se haga en los pantalones. —Con una nueva palmada en el brazo de Giulio, lo instó a caminar junto con él.

—Entendido, Franco —contestaron los dos esbirros al unísono. De inmediato, regresaron a los vehículos, ocupando sus nuevas posiciones.

—Por un momento creí que llevaríamos a Vittoria. —Giulio miró por encima del hombro, enfocando la camioneta donde aguardaba Vittoria, e inició el breve camino hacia los autos que había conseguido.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora