CAPÍTULO 38

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El fin de semana resultó ser un poco complicado para los hermanos Casiraghi.

Después del fatídico acontecimiento en el puente, Isis entró en un estado de crisis consecutivo. Apenas lograba dormir unos minutos y en seguida despertaba alterada, gritando y sufriendo el pasado que fue obligada a vivir sin merecerlo. Cada una de esas ocasiones fue más perturbadora que la anterior, hasta que llegó a un punto en el que Franco no pudo controlar más la situación. Su hermana le rompía el corazón al lucir tan trastornada. Tanto que, el domingo al atardecer, Franco decidió llamar a un médico para que le administrara algunos calmantes. Nada adictivo, como lo ordenó. Pero, incluso así, se sintió culpable toda la madrugada mientras velaba su sueño.

Para el lunes, cuando Isis despertó, lo hizo como si no hubiese pasado nada. Desafortunadamente, si ocurrió. Y se hacía evidente en las líneas de cansancio en el rostro de Franco. No solo tenía ojeras y se le veía pálido. En sus facciones se veía el tormento por el que estaba atravesando. Había cierto frenesí en sus hermosos zafiros, como si él también estuviera cayendo en el mismo abismo que su hermana. Esa nunca fue el destino que creyó tendrían para el momento en que la recuperara. Fue ingenuo, ciertamente. No obstante, ni aunque lo hubiera imaginado, hubiese sido tan aterrador como de verdad se le estaba presentando.

Aunado a eso, no había encontrado oportunidad de visitar al médico para atenderse a sí mismo. Sus negocios estaban al borde del precipicio. Su compañero seguía sin entrar en razón. Los medios de espectáculos seguían especulando sobre la mujer rubia que se vio de su brazo paseando por Florencia. Y, por si fuera poco, continuaba teniendo esos recuerdos fugaces del incidente en la villa que lo acercó a la muerte, dejándolo en una especie de estado de ansiedad por varios minutos. En general, su vida se estaba desmoronando.

Esa tarde, después de asegurarse que Isis viviría ese día en aparente tranquilidad, se metió a su oficina y comenzó a ponerse al corriente con algunos asuntos que debía atender lo antes posible. Entre ellos se encontraba el trabajar para recuperar el acuerdo con los franceses, acondicionar las nuevas circunstancias bajo las que se hizo el nuevo convenio con los albaneses, y dejar de observar ese video del hombre enmascarado que salió a la luz justo el día de su intento de homicidio. Dos de esas cosas logró hacer eficazmente y con los mejores resultados.

Por suerte, su oficina se encontraba en el cuarto contiguo a su habitación. De ese modo, tenía visión del pasillo y del cuarto de Isis, por si necesitaba acudir a calmarla en cualquier momento.

El teléfono sobre su escritorio barnizado en negro arrebató su atención de le computadora portátil. En ella se había empecinado en ver, una y otra vez, el video del enmascarado. Lo había encontrado en la labor de revisar las noticias de todo ese mes en que estuvo ausente, junto con todas esas notas polémicas especulando varias teorías sobre el intento de homicidio del candidato a alcalde Jean Franco Casiraghi.

Por un segundo agradeció distinguir el nombre de Benedetto en la pantalla. Desde que volvió al mundo no habían tenido ninguna especie de contacto, ni siquiera por mensaje.

—Di Santis —dijo Franco tras aceptar la llamada.

—Hola, hijo —respondió Benedetto, tal vez delatando una sonrisa en la voz—. ¿Cómo llevas las cosas? He querido darte espacio y por eso no he ido a visitarte.

—Descuida —lo tranquilizó Franco—. Sé que tú y Susanna ayudaron a cuidar de Isis. Eso me es suficiente.

—Fue un placer, hijo —aseguró Benedetto—. Es increíblemente dulce y muy inteligente. Y me dice tío Benedetto. —Hubo un divertido y sutil tono de regocijo en el modo que pronunció aquella frase.

—Al menos lo conseguiste con ella...—suspiró Franco—. ¿Benedetto?

—Dime, hijo. —Al otro lado de la línea se escuchó la voz de Susanna pidiéndole a su esposo que saludara a su querido Franco.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora