CAPÍTULO 40

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A las diez de la mañana del día siguiente, Franco se internó sin ser invitado en el hogar de Giulio.

Ese primer piso tenía el mismo estilo de ubicación y el mismo diseño griego que el ático. Aunque, a diferencias del hogar de Franco, el de Giulio era más reducido y albergaba un poco más de color en un estilo un poco extravagante.

El rojo y el blanco eran los colores predominantes con algunos toques en negro. En el salón, justo a la izquierda, se ubicaba una mesa de billar y una de póker con alfombras rojas. Solo tenía tres sofás estilo lounge color rojo frente a una enorme pantalla y un excelente equipo de sonido. Bajo la pantalla se hallaban todo tipo de consolas de videojuegos, desde las más antiguas hasta la de última generación. El pasillo que dirigía a las habitaciones, las cuales eran solo cuatro, estaba iluminado por unas lámparas de luz led angulares. La estancia que supuestamente se había destinado para el comedor, se había acondicionada como el gimnasio. Y su recamara se situaba en la segunda habitación del lado derecho. Un extraño modo de distribución, para ser honestos. Pero siempre le funcionó mejor ir en contra de la mayoría.

Franco entró a la habitación de Giulio siendo parte de esa mayoría, ya que no le respondió ni una de las llamadas que le hizo en la madrugada. En seguida abrió las cortinas rojas y le quitó de encima las sábanas —rojas también— dejando al descubierto su cuerpo desnudo y boca abajo en una posición un poco extraña con una pierna flexionada y la otra estirada.

—¿Qué carajo? —Giulio se sentó inmediatamente y se tapó la entrepierna con una almohada. De modo que no podía ver bien debido a los rayos del sol, estrechó la mirada—. ¿Qué mierda te pasa? —preguntó al distinguir a Franco delante de él.

—Salimos en media hora —ordenó Franco.

—¿Qué? ¿A dónde? —La irritación de Giulio fue evidente.

—No pude dormir en toda la noche pensando en esa casa —confesó Franco abriendo el segundo cajón de la cómoda. De allí, sacó unos calzoncillos y se los arrogó a Giulio—. Tal vez mi padre tenía otra familia. Es probable que de ahí venga todo lo que le pasó a mi hermana.

—La sepsia te comió el cerebro —dijo Giulio, mirando la hora en el reloj despertador sobre su mesa de noche. Bueno, no era tan temprano, a decir verdad—. Dijiste que Dante amaba a su familia por encima de todo. A tu madre...

—Aparentemente —dijo Franco con dureza—. Apresúrate.

—¿Por qué no me dijiste antes?

—Te estuve llamando toda la madrugada.

Giulio revisó su teléfono celular a un costado del reloj despertador. —Mierda —se lamentó, contando las veinticinco llamadas y los diecisiete mensajes de su jefe—. ¿Y con quien piensas dejar a Isis?

—Eso no te preocupó estos días —espetó Franco, endureciendo sus facciones.

—No me jodas con eso. —Giulio le aventó la almohada a Franco, exhibiendo irritación.

Franco atrapó la almohada en el aire y se la regresó a Giulio, siendo un poco más violento.

—Te espero afuera —dijo Franco y dio media vuelta.

—No me dijiste con quien vas a dejar a Isis —le recordó Giulio. Se sentó a la orilla de la cama y se colocó los calzoncillos.

—Susanna está por llegar. —Franco se detuvo bajo el umbral de la puerta y tomó una respiración profunda—. Fabio y Claudio se quedan a custodiar.

—Me estás jodiendo —Giulio se levantó de la cama bruscamente—. ¿Por qué él?

Franco miró a Giulio por encima del hombro.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora