Posterior a lo que, probablemente, debió haber sido el mejor orgasmo de sus vidas, a causa de la tensión acumulada por años, no hubo nada más. Ni una caricia o un beso fugaz, ni siquiera una pregunta de cortesía. El frío los envolvió después de que el calor que consumió sus cuerpos los traicionara. Lo único que se logró escuchar, bajo la armoniosa sinfonía instrumental desconocida, fueron las palabras de Vittoria.
«No dejes que mi papá me case con Paolo» había dicho ella, mientras Franco se retiraba de su interior, quizá anhelando volver a entrar.
Él regresó al salón, donde la celebración parecía estar subiendo de nivel, sin dejar de acomodar el moño de su smoking. Imaginaba que en algún momento cualquier invitado lo vería y adivinaría que acababa de tener sexo adolescente en el baño con Vittoria Di Santis.
No fue mucho el tiempo que pasó encerrado con ella, pero al ver a toda esa gente animada, le pareció que habían transcurrido horas. No se sentía a gusto en su propia piel. El aroma de Vittoria perforaba sus fosas nasales con insistencia, ya que se había impregnado con fuerza en su ropa y en su cuerpo, como si deseara quedarse ahí para siempre.
Muchas veces imaginó infinidad de escenas parecidas a lo que ocurrió unos minutos atrás, pero jamás creyó que alguna vez sucedería. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Sería que él quería borrar los recuerdos de Paolo y Giulio, y dejar solo los suyos? No lo sabía. Lo único que tenía, era la certeza de que no volvería a suceder. No la tomaría nunca más, o volvería a sentir ese extraño calor que se arraigó en el centro de su pecho mientras la poseía. Fue un calor que dolió y que no debía haber aparecido jamás. Una sensación que no le correspondía experimentar, mucho menos por la mujer a la que se había dedicado a repugnar por años y que, además, era la hija de su protector.
Su marcha fue lenta mientras se acercaba a la muchedumbre, deseando nunca alcanzarla. Por eso agradeció ver a Giulio caminando en su dirección.
Ambos detuvieron sus pasos cuando se encontraron frente a frente.
—¿Cómo está Vittoria? —le preguntó Giulio a Franco, con el ceño medianamente fruncido. Él también se había dado cuenta del estado emocional de la pelirroja. Pudo deducir enseguida, al igual que Franco, que ella no estaba al tanto de los planes de Benedetto.
—¿Qué te hace pensar que fui con ella? —inquirió Franco, insistiendo en el moño rodeando su cuello.
—No me dejaste mucho espacio de duda... —Los ojos de Giulio se estrecharon, enfocándose en una mancha roja que encontró en la barbilla de Franco. Raspó el pulgar justo en ese punto, y analizó el material carmín que había dejado marca sobre su dedo. Lentamente, una sonrisa socarrona le estiró la boca—. Tantos años de conocerte y apenas descubro que te gusta el maquillaje. Y, además, no sabes dónde va —se jactó negando con fingida compasión.
Franco se lamentó en silencio no haber verificado mejor su rostro en el espejo antes de salir del baño. La urgencia por escapar de ese asfixiante lugar fue más grande que su prudencia.
—Yo acabo de descubrir que no entiendo por qué te tengo como mi segundo —se quejó Franco. Sacó el pañuelo blanco que llevaba en el pantalón y se limpió la barbilla, decepcionado de sí mismo al ver que, efectivamente, tenía labial.
—Te besaste con ella —añadió rápidamente Giulio. Se le ocurrieron un centenar de comentarios sarcásticos para burlarse de él, pero se le olvidó cada uno de ellos en el instante que advirtió la presencia de Vittoria a unos pocos metros de distancia detrás de Franco. La encontró con el cabello desordenado, los labios hinchados e irritados, y sin labial.
Ambos se sostuvieron la mirada, comunicándose en silencio.
Sin previo aviso, una lágrima sigilosa, cargada de rabia e impotencia, corrió lenta por la mejilla de Vittoria. Esa gota salada fue la representación de lo decepcionada que se sentía de sí misma por haber pisoteado su dignidad en ese sanitario para damas. Se había jurado que con Jean Franco nunca. Inmediatamente levantó la barbilla, presumiendo aún la cantidad de orgullo que le quedaba, y se marchó.
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EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"
AçãoDe niño soñaba con llevar una brillante y blanca armadura. La vida lo obligó a portar la más letal y oscura. ******* Jean Franco es un hombre naturalmente soberbio. Utiliza su prodigiosa mente, su encanto nat...