CAPÍTULO 28

66 7 27
                                    


La soledad es una experiencia subjetiva.

Sucede que, puedes estar rodeado de miles de personas, por lo regular amigos, familiares, conocidos, o incluso estar en el medio de un gran centro comercial atiborrado de gente, y sentirte completamente sólo. A nadie parece importarle lo que te ocurre. Tus pensamientos son una tortura constante y las voces de los demás aumentan tu tristeza y desesperación. También, puede que te encuentres a solas en una enorme habitación y sentirte en total calma sin la necesidad de alguien a tu lado, ya que disfrutas de tu propia compañía, de tus pensamientos, de tu creatividad, de tu silencio... Existe tanta paz en tu interior, que es completamente aceptable aislarte para así no permitirle a nadie perturbar tu estado de serenidad. Ya sea cuestión de percepción individual o de factores externos, la soledad puede llegar a ser nuestra salvación o nuestra perdición.

Vittoria corría en dirección a la destrucción. Ni siquiera su padre, dormitando a un lado de ella, lograba alejarla de la terrible soledad en la que se había hundido desde que la sacaron de la habitación de Franco.

Esa noche cubrió la guardia de Giulio e Isis, sin saber exactamente los motivos, y se había escabullido al cuarto en donde seguía enfermo Franco. Quiso hablar con él, albergando la esperanza de lograr llegar a su alma, y así traerlo de vuelta. Lo hizo, honestamente, pero resultó ser el episodio más doloroso y perturbador que le tocó atestiguar en toda su vida, o, al menos, lo fue para su pobre y roto corazón.

Ya ni siquiera se sentía como ella misma. Otra mujer había logrado apoderarse de su cuerpo y no sabía para dónde mirar, en qué dirección correr o con quién buscar consuelo. Estaba tan sola... Sola y desprotegida.

Aunque Benedetto acudió a su llamado para acompañarla en su aflicción de esa noche, no conseguía llegar a conectar adecuadamente con él. Existían miles de cosas sin resolver entre ellos. Su padre lo estaba intentando, no le quitaría créditos, pero se sintió por tanto tiempo como un objeto para él, que le era difícil poder sentirse arropada bajo la protección de su simple presencia.

Desde la infancia, su padre la llenó de lujos. Silenció sus llantos con colecciones de muñecas y con los vestidos más bonitos, curó sus rodillas mediante bicicletas, y columpios nuevos, y suplantó los abrazos, en las noches de miedo, por una mujer que se quedaba a su lado hasta que lograba conciliar el sueño. Qué vida tan despreocupada tuvo, ¿cierto? Jamás faltó una rebanada de pastel en el refrigerador y nunca usó zapatos sucios o maltratados.

En la adolescencia, Vittoria ni por asomo se preocupó por llevar ropa de la temporada pasada. Siempre fue la envidia de sus compañeras en el colegio porque estaba a la vanguardia.

Siendo ya una adulta, el carro jamás se le quedó sin gasolina. Si se le ponchaba una llanta, tenía algunos vehículos más para poder ocupar. Un mal de amores lo sanó con una botella de ron de la cava, y la pérdida de una amiga la lloró en silencio, acompañada de sus microrganismos y tubos de ensayo que empleaba al tener que trabajar para su padre.

Benedetto le construyó una jaula de oro fría y abismal. Tan grande como la distancia que los seguía separando.

Susanna no fue muy distinta. Reemplazó la complicidad entre madre e hija por un motón de amigas que le consiguió en el club de golf, le ofreció un Martini cuando necesitaba que le limpiaran las lágrimas, y le regaló las más preciosas joyas porque no iba a poder asistir a su graduación.

La amaban, por supuesto. Pero a su condición.

Ella no quería amar así a su hijo. Un hijo que sí la amaría como ella quería y merecía. Una criatura inocente que alejaría su eterna soledad para siempre.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora