Franco y Vittoria se presentaron al entierro de Liandro sin asistir a la misa previa. Ambos habían aceptado no tener ánimos para escuchar la ceremonia del oficiante ni para aguantar los elogios fúnebres hacia el fallecido. Para ser sinceros, ninguno de los dos creyó que realmente existiera un amigo de Liandro con la suficiente estima para dedicarle algunas palabras. Pero, también, sabían de la hipocresía aristocrática y, seguramente, si alguien dio algún sermón, solo lo hizo con la intención de empatizar con el hermano en duelo.
A medida que caminaban a través del panteón sorteando algunos hermosos mausoleos, las miradas de la mayoría de los presentes se posaron sobre ellos a pesar de la gran distancia que aun los separaba del sitio donde se enterraría el cuerpo de Liandro.
Era la primera vez que se les veía juntos públicamente desde la boda, y eso había levantado algunos rumores sobre su inestable relación por lo apresurado de su casamiento. Sin olvidar que se seguían escuchando habladurías a cerca de la hermosa rubia que se vio del brazo de Franco semanas atrás.
Presentarse allí parecía estar siendo una sorpresa para todos. Miradas de envidia, admiración y una mezcla de ambos, prejuiciaban a la feliz pareja de recién casados. Y no era para menos.
Vittoria lucia extremadamente bella con el vestido negro ceñido que remarcaba sus insinuantes curvas. Los zapatos negros de tacón le daban una altura que casi alcanzaba la estatura de Franco, prolongando la extensión de sus estilizadas piernas. Y su exótica melena rojiza iba adornada por un elegante sombrero negro que le tapaba los ojos de los rayos del sol. Los lentes oscuros solo eran un aditivo para ocultar que no existía ningún tipo de tristeza en su mirar.
Franco, por su parte, iba vestido impecablemente con un traje negro, una camisa negra con un par de botones desajustados y sin corbata. Las gafas de aviador polarizadas las llevaba con el único propósito de no irritar sus ojos con el sol. Su andar prepotente solo confirmaba que ni un cementerio era digno de su presencia. Quienes yacían ahí, seguro estarían ofendidos o resucitando de envidia.
El Cimitero delle Porte Sante, un cementerio monumental ubicado dentro del bastión de la Basílica de San Miniato al Monte, estaba siendo testigo de cómo ni un evento lamentable conseguía que las lenguas viperinas de la alta sociedad se silenciasen.
Los murmullos de la gente parecían más importantes que el rezo del sacerdote despidiendo a un amado hermano y padre, y se veían algunas cabezas oscilar desde de los recién llegados hacía su compañero de al lado. Las mujeres, sobre todo, eran quienes protagonizaban las pequeñas escenas de escándalo silencioso. Al parecer, les irritaba ver de la mano de Vittoria a uno de los hombres más cotizados de Italia. Los hombres en trajes elegantes, por otro lado, eran más discretos en su escrutinio, quizá envidando el lugar de Jean Franco a un costado de la hija del jefe de gobierno. Se mirase por donde se mirase, eran la pareja perfecta tanto fisiológica como políticamente.
Detrás del cuadro icónico que representaban Franco y Vittoria, se hallaban Vito y Claudio custodiándolos. Ambos lucían su impoluto traje de escoltas, lentes de sol, un audífono en uno de los oídos y sus glock en la parte delantera de la cinturilla del pantalón a la vista de todos.
—Ya deja de agobiarte —dijo Vittoria a mitad de camino de llegar al sitio del entierro. Se había dado cuenta del músculo temblando en la mandíbula de Franco y de cómo la sujetaba de la mano con más fuerza de la necesaria.
—Isis y Giulio tuvieron sexo. Agobiado es poco —dijo Franco duramente con la vista fija al frente. Analizaba con disimulo al tumulto de gente que se reunía en el área circundante de la fosa destinada para Liandro, todos vestidos de un hipócrita negro.
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EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"
Hành độngDe niño soñaba con llevar una brillante y blanca armadura. La vida lo obligó a portar la más letal y oscura. ******* Jean Franco es un hombre naturalmente soberbio. Utiliza su prodigiosa mente, su encanto nat...