CAPÍTULO 35

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Franco ingresó a la cocina sintiéndose más sediento y hambriento que nunca. Las consecuencias de un mes sin nada de alimentos en el estómago eran duras. Hubiese preferido no dejar sola a Isis mientras dormía, pero fue imperativo para él buscar algo de comer y un poco de hidratación. El cuerpo se lo pedía acentuando su debilidad en los músculos y parpados.

Por supuesto, esa estancia como toda la casa, no tenía color. La barra de desayuno era de mármol en diferentes tonos de gris. Los taburetes que la rodeaban estaban laminados en negro y hasta el refrigerador era negro. Un gran refrigerador que podría albergar kilos de carne que él estaría dispuesto a comer.

En una de las esquinas de la barra se encontró a Giulio y a Vittoria comiendo un sándwich, a la vez que charlaban entre susurros como si tuviesen miedo de ser escuchados.

De repente, Franco se percibió como si estuviera viviendo otra vida. Un mes lejos de la gente que conocía, aunque para él no parecía que hubiese pasado tanto, revelaba que habían surtido cambios notables. Eran ellos, pero ya no lo parecían. Le figuraba haber regresado a una realidad alterna. Su mente sufría repentinos golpes de recuerdos que alteraban sus nervios. Una manera nada sutil de rememorarle todos los años anteriores en los que mató, y casi lo matan. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que volviera a sentirse como él mismo? Esperaba que pronto, porque había muchas cosas de las que debía ocuparse. Una en especial: VENGANZA.

—¿En dónde está Ofelia? —preguntó Franco en tono duro, sobresaltando a los otros dos individuos en la cocina.

Giulio se levantó de la mesa rápidamente, alejándose de Vittoria tanto como le fue posible.

Franco no pasó desapercibida dicho acto. Los escudriñó por un par de segundos portando su fiel expresión críptica, y se detuvo por un par de momentos más en el semblante de Vittoria. La descubrió como si estuviese asustada, pues los ojos los tenía abiertos más de lo normal y se veía un tanto pálida.

Ella le sostuvo la mirada, dedicándole una sonrisa nerviosa con un toque de aflicción.

—Salió a hacer compras —respondió Giulio, recargándose en el lavabo a sus espaldas.

Franco asintió, dejó de observar a la pelirroja y abrió una de las puertas del refrigerador. Fue así como notó algo más. Inclusive la energía que rodeaba aquel sitio se sentía espesa, rezumbando tensión. Conocía esa sensación. Era miedo. Pero, ¿miedo a qué?

Antes de que pudiera seguir divagando, mientras alcanzaba una botella de agua gasificada, los músculos de la mano se le volvieron a entumecer, prohibiéndole coger lo que quería. Delató un gruñido frustrado, se sostuvo la muñeca para calmar el temblor de su extremidad, y se presionó el pulso buscando de alguna manera recuperar la movilidad.

Vittoria y Giulio se dedicaron una fugaz mirada angustiada al advertir lo que le sucedía a Franco. Por consiguiente, Giulio evitó volver a mirar el lamentable cuadro y Vittoria no pudo ignorarlo.

—¿Necesitas ayuda? —inquirió ella cautelosamente.

Giulio negó bajando la cabeza. Sabía la respuesta que obtendría la pobre Vittoria.

—No —sentenció Franco, inflexible. No permitiría que nadie sintiera lastima o condescendencia. Él podía hacerse cargo de sí mismo. No iba a convertirse en un inútil por un problema muscular insignificante.

Vittoria dejó caer los hombros, liberando un suspiro resignado. Siempre estaba tan lejos de ella. ¿Cómo iba a poder acercarse emocionalmente para decirle que iba a ser papá? Claramente, Franco nunca iba a poner las cosas sencillas.

—Giulio —dijo Franco, al tiempo que medianamente recuperó la capacidad motora de sus dedos y logró agarrar la botella—. Consigue un cachorro de Golden retriever de la mejor casta. —Abrió la botella y le dio el trago más refrescante de la historia. Por poco gime de placer.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora