—Volviste —jadeó Isis manteniendo los ojos abiertos desmesuradamente. Sus iris zafiro desbordaban asombro e incredulidad.
Ambos fueron inmovilizados por circunstancias diferentes, quedando sin la posibilidad de acercarse al otro.
Por un lado, pese a que Isis tuvo suficiente tiempo para acostumbrarse a la visión y presencia de su hermano, le impactó verlo despierto. Lo rodeaba un aura peligrosa, mismo efecto que atestiguó en la boda y que le sorprendió volver a apreciar. Dormido le había dado la impresión de que estaba en calma, pero de pie y mirándola con esos ojos iguales a los suyos, podía experimentar lo que era estar cerca de un hombre lleno de poder y soberbia. Una advertencia tacita para cualquiera, menos para ella. No le daba miedo, todo lo contrario, se sentía más segura que nunca tras convivir con asquerosos sujetos que acataban órdenes fingiendo poseer un poderío que no tenían.
Sin embargo, no le restó potencia a las emociones que advertía mezclándose en su torrente sanguíneo. Siempre quedarían resquicios de una idea efímera; la idealización de nuestro ser amado. Su capacidad mental no le estaba dando armas necesarias para habituarse a la visión de un hombre que había dejado de ser un niño mucho tiempo atrás. Y no cualquier hombre, sino uno que parecía ser duro e inflexible. Además, que una parte de ella se había adaptado, y quizá hasta resignado, a vivir con él fuera de consciencia.
Franco, por otra parte, quedó paralizado en el pasado, concretamente en un incendio que fue el inicio de su calvario. Por más que deseó avanzar y abrazarla como tanto lo había soñado e imaginado, no conseguía hacerlo. Si se movía, tal vez se desvanecería o se la volverían a quitar. O, quizá, le exigiría que se apartara. La escuchó decir que no quería estar a su lado. Le había escrito palabras de odio en color carmesí.
Aunado a eso, persistía la incongruencia en su mente que no le dejaba espacio para entender que, después de tanto tiempo sin ella, por fin la tenía ahí sin importar si lo seguía queriendo o no.
Por fortuna, Isis fue más rápida en reaccionar. Se deslizó por la cama, bajó de ella y corrió hasta su hermano. Colisionó contra él en un abrazo que le arrebató el aire y le produjo una lluvia de lágrimas llenas de amor y desconsuelo entremezclados.
Franco la recibió envolviéndola con fuerza férrea. Un lamentable gemido, desbordando agonía y dolor, se le escapó de la garganta. Ese modo de abrazarse le llegó hasta lo más profundo de las entrañas. Respirar le dolió en el pecho, en la garganta y en los oídos. Su cuerpo languideció, simbolizando todos esos años de angustia y desesperanza, llevándolo a colapsar contra la puerta detrás de él, arrastrando a Isis consigo. Cerró los ojos y aspiró con fuerza. Qué maravilloso olía la luna.
—Perdóname, por favor —suplicó Franco atormentado. Fue lo único que se vio capaz de decir. Su perdón era lo único que necesitaba.
Isis dejó el sigilo. No le importó hacer sonidos impropios de una persona normal y se largó a llorar desconsoladamente, escondiendo el rostro en el pecho de su hermano. Su aroma le ocasionó más potencia a su llanto.
—¿Perdonarte por qué? —sollozó ella, aferrándose con manos y uñas a la espalda de su hermano. Temía volver a ser apartada de él—. No tengo nada que perdonarte. No me pidas perdón. —Negó frenéticamente. El agua salada en sus mejillas humedeció la camiseta blanca de Franco.
—Rompí mi promesa —declaró Franco, estrujándola con más ahínco—. No logré mantenerte a salvo. —Un poco más y rompería su propia maldición de no poder o no saber llorar.
—No digas eso, por favor —le exigió Isis, levantando la cara hacia él. Encontrarlo con los ojos cerrados y las facciones retorcidas de amargura le laceró tanto como su propio llanto—. Te sacrificaste por mí. Me salvaste, Jean. Sé que estuviste buscándome todo este tiempo. Perdóname tú a mí. Jamás me abandonaste. Lo siento. —Le sujetó la cara amorosamente, aborreciendo la visión del sol sufriendo. El alma se le quebró todavía más. ¿Qué les habían hecho?
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EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"
AzioneDe niño soñaba con llevar una brillante y blanca armadura. La vida lo obligó a portar la más letal y oscura. ******* Jean Franco es un hombre naturalmente soberbio. Utiliza su prodigiosa mente, su encanto nat...