CAPÍTULO 25

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El ático de Franco recibió a Isis y a Giulio con su peculiar aroma a madera.

Entre sus exigentes gustos, Franco siempre demandó que sus muebles estuvieran impecables de limpios, brillantes y con esencia a pino. Ni un solo día, desde que comenzó a vivir ahí, dejó que su hogar oliera de otro modo.

Isis y Giulio entraron al lugar de Franco luciendo exhaustos y algo inquietos. La extraña discusión que mantuvieron de camino al edificio en Maggio resultó agotadora para ambos. Isis casi había suplicado no dejar el hospital, y Giulio le suplicó que lo hiciera por un par de horas, hasta que ambos terminaron alzándose la voz.

Estuvieron más de dos días encerrados en la clínica, apenas si habían comido e Isis aún conservaba el vestido lavanda que usó para la boda. Era prudente que atendieran algunas de sus necesidades básicas, pero a ella no le interesaba y él jamás estuvo tan preocupado por alimentar a alguien más que no fuese a sí mismo.

Con todo y que Franco había logrado sobrevivir veinticuatro horas más de las que calculó el doctor su supervivencia, aún seguía en estado crítico.

A Isis le producía ansiedad pensar en que, si por estar lejos, le pasaba algo mucho peor a su hermano, sería su culpa. Cada parte de su anatomía le exigía volver con él. Le dolía más que nunca la distancia, pese a que estuvo separada de él por más de veinte años.

Para ignorar su aflicción por todo eso, y también por la discusión con Giulio, se entretuvo examinando la estancia principal del ático.

Le impresionó encontrarlo rebosante de hedonismo, y demasiado sombrío. No existía ni un color alegre en ese espacio. Todos los muebles, las paredes, los pilares y el piso combinaban acromáticamente. El finísimo baldosado color oxford con intrincados blancos brillaba como si a diario lo pulieran. Era un lugar precioso y muy elegante, pero también muy triste y solitario. Incluso, se podía apreciar la baja temperatura nada más entrar. No obstante, el decorado estilo romano le daba esa clase de toque personal que un hogar requería.

—Así que este es su hogar —musitó Isis, encandilada. No se asemejaba ni un poco a la casona en la que vivió por casi toda su vida.

—Le gusta derrochar —se burló Giulio, oprimiendo la clave de seguridad de la puerta del ascensor.

La puerta se cerró casi de inmediato. El ático era el único sitió del edificio con acceso directo por el elevador. Y, junto con el piso de Giulio, se necesitaba una contraseña para ingresar.

—Bien. Me daré un baño rápido y entonces nos vamos —cercioró Isis, tomando amablemente la bolsa orgánica que llevaba Giulio en las manos.

De camino a Via Maggio, mientras seguían discutiendo, se habían detenido en una tienda de ropa para conseguirle prendas mucho más cómodas.

—Deberías comer algo primero —sugirió Giulio, incómodo.

—No tengo hambre —aseveró Isis.

—Pero no has comido nada —se quejó Giulio.

—Tú tampoco —dijo Isis, como una observación.

Giulio suspiró con aire resignado y se guardó las llaves del auto en el pantalón.

—Te mostraré el dormitorio de Franco. Ahí podrás bañarte —dijo Giulio, totalmente derrotado.

—¿Señor Giulio? —Una señora de unos cincuenta años interrumpió cualquier actividad que estuviera por hacer Isis, al salir apurada por la puerta a escasa distancia de la entrada. Vestía ropas de provincia, y el cabello, en proceso de encanecimiento, lo llevaba en una trenza sujeta a un chongo a lo alto de la cabeza.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora