CAPÍTULO 41

44 2 0
                                    

—¿Encontraron algo más? —preguntó Franco con la vista atenta en cada una de esas imágenes. No sabía qué pensar. Tal vez tenía un medio hermano que lo idolatraba o lo aborrecía. La gente solía adquirir tendencias psicópatas con facilidad.

—Hay pocos muebles, utensilios de cocina y el cuarto contiguo a este tiene una pantalla y un DVD —reveló Vito en voz ronca. Ver aquello era perturbador.

—¿Quién haría algo así? —Franco, de pronto, tuvo un espantoso escalofrío—. Revisa todas las habitaciones más a fondo. Closets, debajo de la cama, cualquier lugar que no esté a la vista.

—Hecho —aceptó Vito y salió de ahí, internándose inmediatamente en la habitación adyacente.

Franco tuvo que obligarse a dejar de observarse a sí mismo. Lo hizo con el corazón desbocado y una sensación de vacío en la boca del estómago. Estaba temblando, de hecho, como si de pronto la temperatura hubiese bajado considerablemente.

Exigiéndole a sus piernas que obedecieran la orden de su cerebro, levantó la estructura de la cama, imaginando que podría encontrar alguna otra cosa que le diera más información sobre lo que estuvo pasando en ese sitio, pero no encontró nada. Arrastró la cama lejos de la pared y buscó algún rayón o dibujo en los muros. Tampoco hubo nada. Se dirigió al pequeño armario de puertas corredizas y lo abrió. En ese lugar, encontró un par de pilas de cuadernos bien ordenados, algunos libros de historia, ciencias, geografía, literatura, algebra y lenguas, y un par de prendas femeninas colgando de unos ganchos de metal.

Así que, probablemente, no era medio hermano, sino media hermana. ¿Por qué no podía sacarse la idea de que existía una conexión con algún vínculo consanguíneo? El pensamiento se le había arraigado con potencia desde la madrugada.

—Franco. —Giulio entró a la habitación, sonando un tanto agitado—. Hay comida podrida en el refrigerador... ¿Qué carajo es eso? —jadeó, preso del pánico y la incredulidad.

Franco salió del armario mientras leía uno de esos cuadernos que encontró. Existía algo familiar en la manera que se escribió aquel texto bien descrito, redactado y con excelente gramática y ortografía. Con respecto a la letra, pensó que podía ser de mujer por la fina caligrafía.

—¿Quién carajo vivió aquí? —inquirió Giulio suspicaz, acercándose a la pared tapizada con el molesto rostro de su jefe.

—Alguien muy inteligente —caviló Franco, pasando de página. El texto era una especie de tesina sobre la primera guerra mundial.

—Esa mierda da miedo, viejo —declaró Giulio sin poder desviar su incrédula mirada de todas esas capturas de un fotógrafo experto. Entonces, dio un par de pasos en reversa hacia la cama, a la vez que se le erizaba la piel. Lo que apreciaba su vista no era normal.

Franco estrechó la mirada, concentrándose en el singular sonido que alcanzó a escuchar bajo los pasos de Giulio.

—Da dos pasos hacia adelante —demandó Franco, observando las dos duelas de madera en donde estaba parado Giulio. Justo en ese mismo espacio, estuvo ubicada la cama antes de que la moviera dentro de su minuciosa investigación.

Giulio obedeció sin saber por qué, sinceramente.

—Ahora vuelve atrás... Dije atrás, no a la derecha —se exasperó Franco.

Así pues, cuando Giulio lo hizo correctamente, Franco encontró la diferencia. Sonaban huecas las pisadas.

Franco se acuclilló en ese sitio, después de levantarse las pinzas del pantalón, y golpeó con los nudillos esas dos maderas. En efecto, las duelas estaban sobre puestas.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora