CAPÍTULO 44

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Giulio despertó aturdido y desorientado. Posterior a escudriñar la estancia con la mirada, esencia a frambuesas lo ubicaron en tiempo y espacio.

Cierto, había pasado la noche durmiendo con Isis. Ante el reconocimiento, bajó la vista y sonrió.

Ella dormía con la cabeza recargada sobre su pecho, rodeándole con uno de los brazos el torso, como si tuviese miedo que en cualquier momento se le escapara. Parte de su bonita cabellera le caía sobre la mitad de la cara.

El soldado le apartó el cabello de la cara y le dio un beso dulce y amoroso en la frente. Ella se removió un poco, y un lado de su boca se curvo en una bonita sonrisa, pero no se despertó.

De improvisto, a Giulio se le antojó despertar así todas las mañanas. Un cálido estremecimiento lo recorrió de pies a cabeza, abrasándole el pecho y el corazón. Lo que muchas veces percibió como un cruel vacío, en ese momento lo experimentó como una explosión que lo saturó. Acomodó la cabeza sobre la almohada y elevó la vista al techo, meditando en su situación.

Todo parecía muy sencillo, mas no lo era. Todavía existían muchas cosas por resolver y muchas tantas por sanar. No obstante, jamás se sintió tan convencido de lo que quería en ese punto de su vida, como en ese momento.

De pronto, se preguntó si las metáforas caricaturescas sobre el ángel y el diablo habitando los dos hombros serían reales. Y es que no solo tenía una criatura sublime a su lado. Por su periferia izquierda, pese a que no movió los ojos, advirtió la silueta de un demonio sentado sobre el alfeizar con las piernas abiertas y los codos recargados en las rodillas.

Giulio se echó el antebrazo sobre los ojos y liberó el aire lentamente, resignado al sermón que seguramente le daría Franco.

­—No hice nada —exhibió Giulio ásperamente.

—Lo sé —aceptó Franco. Su atención estaba fija en el collar del sol y la luna con el que jugaba entre los dedos—. Con ella eres diferente. Isis nos supera a ambos.

—Es extraordinaria —comentó Giulio. Se apartó el brazo de los ojos y llevó la mirada hacía Franco—. Y nosotros un par de pobres diablos.

Franco aceptó las palabras de Giulio con un ligero movimiento de cabeza. Se levantó y en seguida guardó el collar en uno de los bolsos del pantalón. Ya estaba bañado y se advertía despejado, listo para cualquier actividad.

Después de haber recibido la noticia respecto a Paolo, se había apresurado al ático para darse un baño rápido y, de esa manera, se quedó velando el sueño de su hermana desde las sombras, hasta que los rayos de las diez de la mañana acariciaron las cortinas y Giulio despertó.

Ya era tiempo de marcharse.

Con un fugaz movimiento de cabeza, mientras caminaba fuera de la habitación de su hermana, Franco invitó a Giulio a acompañarlo.

Este le dio un beso a Isis en los labios. Uno muy suave y lleno de ternura. La cubrió perfectamente con el edredón y se levantó. Seguidamente, fue detrás de Franco, acomodándose el cabello para no lucir tan despeinado.

—Quiero que te quedes con Isis todo el día —demandó Franco en cuanto Giulio estuvo fuera de la recamara. Sacó un cigarrillo, lo encendió y le ofreció uno—. Distráela tanto como puedas para que no me llame y no pregunte por mí. Estaré fuera de la ciudad todo el día y no sé hasta a qué hora vuelva.

Giulio se quedó mirando a Franco, expresando suspicacia. Lo conocía tanto como a sí mismo, por ende, sabía que le ocultaba algo. Lo entendió desde horas atrás, cuando lo obligó a no preguntar nada mientras casi lo asesinaba con la mirada.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora